Para el día de hoy (08/02/14):
Evangelio según San Marcos 6, 30-34
Pocos pasajes de los Evangelios nos revelan a un Cristo tan profundamente humano y compasivo como la Palabra para el día de hoy, y quizás sea la compasión su rasgo más distintivo, tantas veces expresado en acciones concretas. La compasión jamás es teórica ni abstracta.
Los discípulos habían partido como tales, rumbo a la misión que el Maestro les había encomendado, de dos en dos llevar la Buena Noticia, Él mismo en gestos, en hechos y en palabras. Y es significativo que el Evangelista Marcos los nombre al partir como discípulos, pero a su regreso son apóstoles: la misión los ha transformado, se han descubierto elegidos y enviados tal y como lo somos todos y cada uno de nosotros.
Regresan con nuevos bríos, pues no hubo mal que se les resistiera -es el poder mismo de Dios- y han enseñado todo lo que saben. Pero el Maestro sabe muy bien que a veces es necesario disminuir los fuegos de la euforia; los estados de ánimos -exaltación o depresión- son como los resfríos, hay que dejar que se pasen. Y hay que afirmarse en lo que en verdad perdura. Además, Él conoce a los suyos mejor que nadie, y es un observador experto y único que adivina la mella que el cansancio provoca en sus amigos.
Por ello mismo, con una deferencia maternal de ocupa y preocupa de apaciguarlos, de encontrar un lugar tranquilo para que reposen sus cuerpos agotados y allí puedan dialogar.
Pues todo cansancio puede ser que decrezca mediante el debido reposo, pero el descanso verdadero se encuentra en la cercanía de Dios, de ese Cristo que es hermano, Señor y compañero.
Como suele suceder, la tarea es inmensa y los obreros siguen siendo escasos, y cada día es imprescindible suplicar al Dueño de la vid que envíe más labriegos.
Esa inmensidad se traduce en la ansiedad de las gentes que están libradas a los azares de sus destinos impuestos -nunca edificados ni tallados con paciencia-. Gentes agobiadas, resignadas, doblegadas por tanto abandono, heridas de soledad y desprecio contante y sonante, que se aferran como último bastión y refugio a ese rabbí galileo que a nadie, y por ningún motivo, rechaza. Y esas gentes no pueden esperar más, y el Señor lo sabe...y quizás los suyos -los Doce, tu y yo, a menudo la Iglesia- prefiere ignorar esas prisas impostergables.
La compasión jamás es teórica nio abstracta, y es el motor de Jesús de Nazareth, expresión perfecta del Espíritu que lo anima, flor primera de la Gracia, del amor infinito de Dios. Ël vé sus rostros y adivina sus padeceres, y los intuye y descubre como ovejas sin pastor, o sea, carentes de cuidado, de protección, de compañía constante, de guía, de servicio desinteresado y solidario. Por eso posterga para otro momento hasta su mismo cansancio, y pone su misma existencia a por ello, manos a la obra y corazón en el hermano.
No hay servicio desde los palcos, desde los balcones. El servicio apostólico es desde el lugar del pobre, desde su mismo barro, desde la fraternidad genuina, desde la sencillez que no busca reconocimientos pero que arde en hambre de justicia y la necesidad imperiosa de comunicar que otra vida es posible, una vida plena, una vida feliz, el Reino, sueño y proyecto del Dios de la vida.
Paz y Bien
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