Para el día de hoy (28/02/14):
Evangelio según San Marcos 10, 1-12
El Evangelista Marcos nos ubica junto a Jesús y los discípulos en Judea, al otro lado del Jordán; una sencilla observación de un mapa bíblico nos remite con bastante exactitud a la región de la Perea, es decir, a los dominios del tetrarca Herodes Antipas.
No es un dato más, y posiblemente responda a una intrincada maquinación: los fariseos que se acercan al Maestro en plan de tentarlo a yerros dogmáticos, por un lado buscan desacreditarlo frente al pueblo y, a su vez, encontrar motivos para un juicio religioso mayor. Pero no olvidan que Antipas sigue estando allí, y sigue casado con Herodías, los mismos cuyo matrimonio cuestionó con severidad el Bautista y que fué uno de los principales motivos por el cual el tetrarca ordena su ejecución.
Estos hombres piadosos son astutos. Infieren que Herodes, en su extensa y paranoica memoria, no ha olvidado la afrenta que le ha conferido el Bautista, y tal vez busquen de parte del Maestro un pronunciamiento similar para lograr el mismo efecto mortal.
Extrañas alianzas tejen los hambrientos de poder, fariseos y herodianos que comúnmente no se toleraban, pero a la hora del daño se unen sin hesitar. Mientras tanto, a nosotros se nos hace hasta complicado dialogar con los propios hermanos...
Aún así, con todo y a pesar de todo, no hay discusión posible. Se discute o debate sobre un mismo tema en un mismo plano. Pero en este caso los fariseos plantean los rigores extremos de la ley mosaica y las opiniones autorizadas de ciertos rabinos -Shammai, Hillel-, mientras que Jesús de Nazareth siempre habla desde su Padre, desde su proyecto, desde la Gracia, aunque en apariencia estén confrontando acerca del divorcio.
Sin ánimos exegéticos que exceden las modestas capacidades que aquí se vierten, es menester afirmar que este Cristo hablaba del hombre y de a mujer en un horizonte de igualdad y de reciprocidad. Hombre de su tiempo y de su cultura, seguramente detestaba el reduccionismo de la mujer a un mero apéndice de los caprichos y razones del varón, y esto supera por mucho cualquier cuestión de género. Se trata, ante todo, de justicia y de misericordia.
La misericordia que sostiene al universo, la misma misericordia que poco tiene que ver con leyes y regulaciones y por sobre todas las cosas, el amor.
Somos capaces de amarnos porque Dios nos amó primero, y esos anillos o sortijas que intercambiamos cuando declaramos ante Dios y ante los hermanos el amor que nos tenemos es también signo de la alianza inquebrantable e inseparable que Dios tiene con todos y cada uno de nosotros.
Y esa alianza es indisoluble, porque el amor no se pierde. Los que nos perdemos o extraviamos somos nosotros.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario