Para el día de hoy (29/01/14):
Evangelio según San Marcos 4, 1-20
Muchos de los oyentes habituales de las enseñanzas del Maestro eran pescadores y campesinos galileos, y entre estos últimos seguramente habría varios labriegos, profusos conocedores de las cuestiones de la siembra, de las semillas y cosechas.
Como conocedores expertos en su oficio, las cosas que este hombre les cuenta es una locura sin asidero. Ellos saben bien que no hay semilla alguna ni terreno conocido que rinda treinta, sesenta o cien por ciento. Y peor aún: ese sembrador que esparce la semilla tan azarosamente, como al descuido, es por lo menos un bobo imperdonable, un imbécil redomado que desperdicia semillas -ellos lo sufren siempre-, semillas que son escasas y muy caras.
Desde su punto de vista, la lógica es incuestionable, y quizás por ello mismo el Maestro expresa la parábola de esa manera. Porque si algo tiene el Reino de Dios es una ilógica santa y asombrosa.
Pero el Maestro sabe, pues conoce bien a sus paisanos y lee como nadie los corazones. Y es por eso que les habla de esa manera tan desproporcionada y referida a las cosas del día a día de esos hombres.
Se trata de la dinámica maravillosa e imparable de la Gracia, y se trata de lo eterno entretejido en lo cotidiano, el Dios de la Vida en urdimbre con el hombre por el misterio bondadoso de la Encarnación.
Nosotros, en algún momento de la historia, quizás lo hemos extraviado, porque a la mujer y al hombre de hoy no le hablamos de las cosas de Dios desde lo que conocen, desde lo que viven, de ese Dios que está presente y vivo en cada uno de sus instantes.
Si bien es importante el oficio del sembrador, su cuidado y su dedicación, lo que verdaderamente cuenta es la fuerza increíble que esconde la semilla. Se trata de una cuestión de confianza, y la confianza es hermana de la fé y de la fidelidad. Se trata de que con algo tan pequeño como una simple semilla, en terrenos inciertos, Dios puede lograr que haya una cosecha magnífica, inconmensurable.
Se trata de sembrar esperanzas, esperanzas en que todo puede cambiar, en que todo puede ser mejor, en que todo puede volverse humano y justo, es decir, de Dios, plenamente santo y floreciente.
Paz y Bien
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