El rostro del Cordero



Santísimo Nombre de Jesús

Para el día de hoy (03/01/14):  
Evangelio según San Juan 1,  29-34



La fama de integridad y santidad del Bautista se había extendido por todo Israel, y las gentes acudían a recibir su sencillo bautismo de agua, bautismo de conversión y de purificación.

Por entre la multitud que acude a orillas del río Jordán, haciendo pacientemente la fila a la espera de su turno, se encuentra un varón judío. Tiene ropas humildes -casi campesinas- y habla en arameo con tonada galilea. Sólo es uno más para los que miran sin ver.

Pero Juan tiene la profunda mirada de los hombres de Dios, y lo sostiene y anima el Espíritu que todo hace germinar. 
Si él se hubiera quedado aferrado a sus tradiciones y a sus esquemas antiguos, sin dudas nada habría sucedido; este Cristo que se le acerca silencioso, casi de incógnito, nada tiene que ver con la imagen que porta de un Mesías glorioso y vengador del pueblo de Israel. Pero Juan es grande por su entereza y más grande aún por su disponibilidad para con la verdad, y afirma sin ambages -una escena que emociona y conmociona- que allí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

El símbolo del Cordero era muy cercano a los afectos y a la historia del pueblo judío.
Es el cordero que ofrece Dios a Abraham para que lo sacrifique en lugar de Isaac.
Es el cordero cuya sangre salvará a los israelitas de una muerte segura, y dará comienzo al éxodo de liberación, a ponerse en camino hacia la tierra prometida y la libertad.
Es el cordero manso de Isaías, es el cordero sin mancha y sacrificial que sacrifican en el altar a diario para la redención de los pecados, y sin dudas Juan lo sabía bien; su padre Zacarías era sacerdote.

Así entonces afirmar que ese Jesús de Nazareth presente es el Cordero de Dios implica una fractura violenta con todas sus creencias de un Mesías glorioso, de caudillo militar y revestido de realeza. Sin embargo, Juan se mantiene firme y fiel.
Afirmar que allí está el Cordero de Dios es llamar poderosamente la atención hacia una persona, pues creemos en Alguien, no en algo, no en una idea o un concepto.
Afirmar que allí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo es el aserto de que el Redentor carga sobre sí toda muerte para que nadie más muera, pues morirá por los otros, por nosotros. Que el Mesías es manso como un cordero, que nada impone, que es un servidor pacífico y sufriente. Que es la señal definitiva de cadenas rotas, de liberación.

Hay dos hechos que no hemos de pasar por alto: Juan refiere a que el Cordero quita el pecado el mundo así, en singular, antes que los pecados, y no se trata de la sumatoria de los pecados individuales, sino que el pecado del mundo es todo aquello que se opone a los sueños de Dios, una vida plena y abundante para todos.
Y por otra parte, al afirmar que ese Jesús es el Hijo de Dios, Juan se juega la vida. Para la religión oficial, es una blasfemia que conlleva la pena capital, y es necesario volver a reflexionar que en cada palabra pronunciada -por banal o relativa que parezca- también nos estamos jugando la vida, pues cada palabra expresa nuestra fidelidad a la verdad.

Juan es un experto lector de los signos del tiempo, y por ello sabe que debe disminuir, achicarse, para que los demás vean a quien es realmente importante ver.
Ello es nuestra misión también: cuando la Iglesia se agranda y no señala, no orienta las miradas a Aquél que es nuestra vida y nuestra liberación, sólo habla de sí misma, y carece de trascendencia, sólo deviene en un club de amigos medianamente grande que busca adeptos.

En el Cordero de Dios se decide toda suerte.

Paz y Bien





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