Para el día de hoy (02/01/14):
Evangelio según San Juan 1, 19-28
Los sacerdotes y los levitas tenían la exclusividad en el manejo de objetos sagrados y en la realización, conducción y orientación del culto que se realizaba en el Templo. Los levitas -especialmente por tradición tribal- también devenían en jueces y escribas, por lo cual la enseñanza de la fé de Israel pasaba necesariamente por ellos, y por ello mismo eran la voz única y autorizada de la ortodoxia.
Estos hombres eran religiosos profesionales, muy piadosos y celosos en el ejercicio de su función.
Juan, aún siendo hijo del sacerdote Zacarías, se desplaza desde la imponente Jerusalem al poblado de Betania, al otro lado del Jordán. Ese desplazamiento no se solamente geográfico: es espiritual y es decididamente religioso, y el contrapunto que se puede entrever muestra aristas únicas.
A la pompa y la sacralidad del culto de Templo se opone el aparente ámbito profano de un río. A los objetos del culto, sólo un poco de agua. Pero quizás lo peor de todo es que Juan está bautizando judíos, hijos de Israel, cuando el bautismo era la práctica acotada a los gentiles conversos, y para ello no había pedido autorización a quienes detentaban el poder real.
Que se lleguen desde la misma Jerusalem a ese vado del río sacerdotes y levitas indica problemas, problemas serios, una progresiva y creciente nube ominosa que comienza a cernirse sobre el Bautista y que proseguirá sobre Jesús de Nazareth.
Y el interrogatorio que le realizan no está destinado a despejar sus potenciales dudas, tiene una cadencia hostil que tantea buscando un hueco por donde colarle un golpe que demuela a Juan. Ellos se han visto desafiados y amenazados en su poder y su autoridad.
Ese momento hubiera sido ideal para que Juan exhibiera antecedentes familiares y pergaminos varios. Sin embargo, prefiere mantenerse fiel a la verdad que lo sostiene y le brinda su identidad más raigal. Juan sabe bien cuál es su misión, y no se callará, aún cuando esa fidelidad lo lleve al borde mismo del abismo, un abismo al que lo empujará violentamente Herodes.
Sabe que no es el Mesías, y lo declara sin ambages: el preanuncia y prepara los caminos/corazones al Redentor, por ello mismo querría empequeñecerse hasta desaparecer para no ser objeto de atención, para que todas las miradas se concentren en ese Cristo que ya está entre el pueblo, humildemente mezclado e incógnito, que se deja ver y encontrar por los corazones que se atrevan a la transparencia.
Esa transparencia es también exigida por el Bautista en su llamado a abandonar toda corrupción.
Juan se yergue enorme en su integridad, pues la estatura de un testigo, acaso, puede mensurarse por su fidelidad a la verdad que encarna.
Pues lo que cuenta es que el Salvador está ahora, ya mismo, entre nosotros aunque aún no lo veamos.
Paz y Bien
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