Para el día de hoy (07/01/14):
Evangelio según San Mateo 4, 12-17.23-25
A simple vista, pareciese que el arresto injusto del Bautista -automáticamente- impulsa la misión de Jesús. Él, que no estaba con Juan, se retira a Galilea y abandonando la pequeña Nazareth en donde se ha criado, se establece en la populosa Cafarnaúm.
Sólo a simple vista. La Palabra no es lineal, ni establece una secuencia mecánica, sino que destella una dinámica asombrosa, la del Espíritu que hace eco en los corazones.
Por ello mismo, es dable intuir que el Maestro sabe que el tiempo de la preparación está maduro, y que se viene la estación de las cosechas y la nueva siembra. Es también el signo cierto de que Dios, aún en medio de la cerrazón más ominosa viene abriendo resquicios para que nos llegue buena luz.
El Dios de Jesús de Nazareth siempre está inaugurando cosas nuevas, vidas re-creadas, y nos está naciendo otra vez, cada vez, cada día, a pesar de tanta muerte que nos imponen.
La elección de Galilea no es casual, ni obedece a una planificación para la captación de adeptos. Tiene mucho de astucia, pues ser manso no implica abandonar la inteligencia.
Los galileos, en ese siglo I de nuestra era, era mirados con seria circunspección y desagrado por los habitantes de Judea, autopretendidos puros y ortodoxos en la raza y la fé de Israel, cierto grado de desprecio, ciudadanos de tercera en la nación judía.
Es que esa Galilea de los gentiles, por su ubicación estratégica al norte de Palestina, fué históricamente el territorio por donde gran parte de las invasiones extranjeras se canalizaban; ocupada militarmente en reiteradas oportunidades, se la intentó transformar de raíz transplantando colonos de otra religión, otro idioma, otra cultura. Al llegar ese tiempo, judíos galileos y gentiles convivían en un pié de igualdad, y por eso mismo se volvían sospechosos de cierta tinción hereje, y no es arriesgado pensar que los citadinos jerosolimitanos respiraran un aire de execrable superioridad, la misma que observamos hoy desde las grandes metrópolis hacia los habitantes de los arrabales y los campesinos.
Esa elección de Jesús de Nazareth es la elección de Dios. Allí, en donde nadie ni nada bueno ni nuevo ha de esperarse, allí dá comienzo a todo. Bendita Galilea de todos los inicios, de las periferias que todos desprecian o no tienen en cuenta, extramuros de la existencia en donde la vida nos comienza a amanecer pujante, imparable en su luminosidad que disipa toda tiniebla de opresión, de exclusión y de olvidos.
Ambos, Juan y Jesús, utilizan las mismas palabras en su llamado a la conversión, pero el sentido es muy distinto.
Juan convoca a convertirse bajo apercibimiento de castigos, e instala un sencillo rito de bautismo, en las aguas del Jordán.
Jesús de Nazareth invita a la conversión -metanoia- porque hay un tiempo nuevo que se ha inaugurado, tiempo de liberación y bendición, tiempo de fiesta que requiere nuevos vestidos a los corazones.
En una cueva belenita, Dios se manifiesta en la fragilidad de un Niño Santo que es reconocido por aquellos que lo buscan con un corazón sincero.
En la periferia galilea, ese mismo Niño -ya un hombre pleno- renueva esa manifestación amorosa de un Dios asombroso.
Las epifanías se suceden en todos los gestos de Jesús de Nazareth, gestos de compasión y bondad, de sanación, de liberación, de servicio y solidaridad.
Allí en la frontera en donde dirimimos diferencias y extranjerías, allí mismo Dios vuelve a salir al encuentro de toda la humanidad, a pura fuerza de amor.
Paz y Bien
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