Para el día de hoy (31/05/13):
Evangelio según San Lucas 1, 39-56
(Ain Karem, un pueblito escondido en las montañas de Judá. Dos mujeres bien distintas.
Una de ellas entrada en años, más cercana a los ámbitos de la muerte que a la vida que se le crece en ese embarazo milagroso y ansiado por décadas, esposa de un sacerdote del Templo, familia de ortodoxias en la seguridad convencional de la Judá de los observantes.
La otra, casi una niña, campesina de pies descalzos y embarazo sospechoso, esposa de un ignoto carpintero menor de la Galilea marginal, la Galilea de donde los citadinos nada bueno esperan y suelen despreciar con fervores religiosamente fundados.
Esas dos mujeres no pueden ser más distintas, pero es en el encuentro en donde nos enriquecemos y crecemos desde nuestras diferencias.
Desde el silencio, en ese pueblo montañés la vida juega a las escondidas con las sesudas premoniciones de los sabios, y la humanidad se revela grávida de novedad, esquina del tiempo donde ya no habrá regreso a lo viejo, porque es cuestión de amores.
Esta encrucijada de la historia humana la deciden dos mujeres y dos niños, signo cierto de por donde llegan las Buenas Noticias y en manos de quienes están.
Se trata de dos mujeres que no son más que ellas mismas, y que por eso mismo no son tenidas demasiado en cuenta.
Se trata de dos niños que aún no nacen, pero que ya desde el seno de sus madres estremecen los tiempos, maravillosa señal que conflictúa a las almas mezquinas que reniegan de la vida en ciernes, una vida que es mucho más que un cúmulo de células amontonadas.
Durante demasiado tiempo -ya por una religiosidad figurativa, ya por afectos entrañables- a María de Nazareth la hemos encaramado en altares demasiado altos, la revestimos de fastuosos vestidos y joyería sin par. Quizás así la hemos vuelto una caricatura que se nos desdibuja en aras de una fé desencarnada y abstracta.
Pero ella es la muchacha galilea que sigue cantando, sin que nadie pueda silenciarla, su alegría por las maravillas que Dios ha hecho a partir de su mínima existencia, y que por ello se transforma en inmensa, muchacha de sol que le canta a viva voz a ese Dios que la ama con el mismo amor entrañable con que ama a los pequeños, un Dios que se pone escandalosa y abiertamente del lado de los pobres, de los hambrientos, de los oprimidos y cautivos, un Dios que embarra sus pies en la historia para liberar a su pueblo, un Dios que se atreve a derribar a los poderosos de sus tronos, un Dios feliz de exaltar a los humildes, un Dios que paga al contado y sin dilaciones todo lo que promete, un Dios que es Misericordia que sustenta al universo, un Dios que nunca nos abandona, un Dios al que descubrirá en la mirada y las palabras de ese Hijo que le adivinamos en los gestos. Porque el Hijo ya se anticipa en la Madre, y donde está Ella está Él.
Y así quizás la existencia también nos haga un giro magnífico, y el corazón nos salte de pura alegría porque se ha llegado a nuestras casas María de Nazareth con el Hijo en realidad y promesa)
Paz y Bien
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