Para el día de hoy (24/05/13):
Evangelio según San Marcos 10, 1-12
(Desde estas simples líneas no se pretende explicar doctrina ni enseñar o transmitir nada. Sólo se trata de compartir ecos y vivencias que surgen a partir de la Palabra.
Por ello es menester detenerse no sólo en los términos, sino descifrar la intencionalidad escondida. Se acercan a Jesús unos fariseos para ponerlo a prueba...no hay hambre de verdad, sólo afanes de que el Maestro yerre o diga cualquier cosa ajena a la ortodoxia para poder señalarlo, desacreditarlo, condenarlo.
Estos fariseos sostenían la primacía del varón por sobre la mujer, siendo esta última una sin derechos, un sujeto menor siempre dependiente del marido, de sus decisiones, un objeto de dominio -y sus discípulos compartían estos disvalores en todos sus aspectos-. De allí entonces es lógico el tenor de la pregunta: inquieren si le es lícito al hombre divorciarse de su mujer, sin explicitar motivos: la cuestión se dirime por el caprichoso y absoluto derecho del varón, y la mujer nada cuenta.
La postura del Maestro es de total y abierta ruptura frente a ello, y es imprescindible para todos nosotros situarnos bajo el sol de la Gracia, las prerrogativas revolucionarias del amor que expresan el Reino de Dios anunciado. Se trata de la igualdad del varón y de la mujer, igualdad en derechos, igualdad en deberes, unidad en la desigualdad de caracteres, conjugando -de allí cónyuges- a través del amor las diferencias que nos enriquecen.
Así entonces se abre un nuevo horizonte en donde, en el que antes que los derechos de unos sobre otras, de cualquier declaración negativa y denegativa del otro, se busque la afirmación de la persona a partir del amor edificado en común.
En tanto que esencia misma de Dios, ese amor común es total y definitivo y así es lo que nos ofrece Jesús de Nazareth. Ese amor conjugado, por su mismo carácter eterno, es definitivo, insustituible e indisoluble.
Toda subordinación impuesta es ajena a la Buena Noticia. Por ello, tal vez, lo que nos hace crecer, lo que nos hace uno con la persona que amamos es la mutua entrega, libre e incondicional. Ello permanece, no se quiebra ni tiene sucedáneos.
Nosotros somos los quebradizos, los que por muchos motivos renegamos de ese proyecto de familia y eternidad. Pero así como intentamos seguir los pasos del Maestro en estas cuestiones santas del matrimonio, desgraciadamente dejamos de lado el principio misericordia que todo sostiene, que sustenta al universo.
Porque solemos segregar como comunidad y como Iglesia a aquellos que han visto rotos sus proyectos comunes, o bien han tenido que acudir al divorcio como solución a situaciones a menudo insostenibles.
En esa sinceridad que a menudo nos escasea, andamos escasos de compasión y misericordia.
Nadie ha de estar excluido de la comunidad cristiana, del pan y la mesa compartidos, de la posibilidad de volver a amar. Es mandato y corazón del Señor)
Paz y Bien
(
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