Para el día de hoy (14/05/13):
Evangelio según San Juan 15, 9-17
(El título de estas pobres líneas probablemente sea un poco provocador y demasiado presuntuoso. Pero tiene que ver, antes que con reflexiones exegéticas para las que quien escribe resultan imposibles de realizar, tiene que ver con los ecos que provoca el amor de Abba Dios, Padre de nuestro hermano y Señor Jesús nos ama. Y así también, de cómo ama Jesús.
Este Dios no se mide a la hora del querer. Es el Dueño de la viña que, a pesar de lo que le han hecho a todos los enviados anteriores -pasto de violencia-, persiste en enviar gente suya, a pesar de que es casi seguro de que la muerte los espera. Y no conforme con eso, envía a su propio Hijo, aún conociendo bien las intenciones de los ilegítimos apropiadores de la viña.
A nuestros ojos razonables, esto tiene poco de sensatez y nada de prudencia. Es una tenacidad muy cercana a la locura. La lógica induce a pensar que al primer rechazo, se enviarían fuerzas leales que reprimieran a los apropiadores y ladrones de la viña para restablecer el orden de las cosas.
Y como dice el saber popular, de tal palo tal astilla.
El Hijo es idéntico al Padre. Ama y quiere de igual modo insensato e imprudente, ama sin tener en cuenta el qué dirán, ama sin medir las consecuencias de ese amor, ama sin límites, ama para que todos -sin excepción, amigos y enemigos- vivan, aún cuando el costo de ese amor sea la propia vida, entregada mansamente a la voracidad de la cruz y a la infame violencia de sus enconados odiadores.
Esa manera de amar, tan radical y extrema, sólo responde a la esencia misma de Dios, y es Salvación y liberación. Desde aquí, lejos está un dios menor -un ídolo fabricado a medida- que sea manipulable, que castiga de acuerdo a méritos y deméritos acumulados, que puede ser marioneta de nuestros caprichos mediante la piedad practicada.
Este Padre y este Hijo aman sin condiciones, aman primero, aman de manera desmesurada, sin lógica ni razón.
Aman.
Ese amor ha de cuestionarnos y desestablizarnos, Jesús de Nazareth condensa toda su enseñanza precisamente en ese mandamiento que también es misión: amarnos los unos a los otros como Él nos ama.
Habrá que ver quienes son los insolentes y atrevidos que se animan a ser como Él. Hay muchas mujeres y muchos hombres que, en silencio y mansedumbre, lo viven a diario, y aún cuando la muerte los sorprenda, permanecen con vida para siempre.
No hay otro camino alternativo)
Paz y Bien
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