Para el día de hoy (21/05/13):
Evangelio según San Marcos 9, 30-37
(Jesús vá atravesando Galilea con sus discípulos, con un andar de bajo perfil, intentando de que nadie se entere. Él les está enseñando, y se trata de su ministerio y servicio que lejos está de los venenos de la fama y el éxito.
Allí les dice que será entregado en manos de los enemigos, que será ajusticiado y muerto, que resucitará al tercer día. Contrariamente a toda iniciativa nefasta de los que lo odian, las palabras del Maestro revelan que es Él mismo el que decide su destino. La cruz, entonces, no será consecuencia de las determinaciones mortales de otros -almas negras de violencia- sino decisión primordial de ofrecer y entregar su vida, obediente al proyecto de su Padre hasta el fin, en absoluta libertad y amor pleno.
No es un hecho menor: les está diciendo con claridad y sin ambages lo que sucederá, aquello que dará sentido pleno a toda su existencia y que también será fundamento para todos los que sigan sus pasos.
Sin embargo, ellos no entienden nada.
Y como si no bastara su incomprensión, se van probando las vestiduras del futuro muerto: se ponen a discutir primacías e importancias, dialéctica del poder a repartirse. En cierto modo, replican la mentalidad de los detractores de Jesús de Nazareth, opuesto a toda imposición, el Servidor de todos.
Ante tamaña desproporción que de alguna manera es ruptura por parte de los discípulos, el Señor no reacciona de manera convencional. Él bien podría reconvenirlos con palabras durísimas, buscar a otros, marcharse por su cuenta, porque ellos no sólo no han entendido nada sino que se ubican en la misma vereda de sus enemigos, de los que se oponen al sueño del Reino, de los que nada tienen que ver con la vida.
Señor de la humildad, Señor de la paciencia...
Por ello mismo, con una asombrosa tolerancia de no solemos ejercer, como un respiro profundo de esa paciencia infinita de Dios para con nuestras mezquindades y torpezas, pone en medio de ellos a un niño.
Ello no es casual, y es menester comprender el significado que tenía para esos hombres duros de Galilea: para la mentalidad y la sociedad judías del siglo I, un niño sólo era tenido en cuenta por el aval de su padre -varón- y como proyecto de hombre a futuro. Fuera de ello, un niño es un ser relegado y sin importancia, que no cuenta y no tiene derechos, a semejanza de su Dios Abba, que se ha despojado de todo poniéndose al servicio de la humanidad.
Por eso, en la ilógica del Reino, las primacías estarán en los que se hagan como niños y en los que reciban a los niños y a los que son como ellos, necesitados de cuidado y protección, sin poder ni prebendas.
El Reino florece cuando se cuida a los pequeños, y cuando tomamos evangélica estatura de servicio, de anonadamiento en favor de la vida de los otros)
Paz y Bien
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