Evangelio según San Juan 21, 15-19
(El momento fue, por lo menos, complejo. Es que el Maestro había Resucitado y esperaba a esos pescadores a la orilla del lago, con la comida preparada; al calor de ese fuego, acontece ese encuentro tan personal entre Jesús y Pedro.
No es difícil imaginarse la situación de Pedro; muy poco antes -prisionero del miedo- había renegado concienzudamente de su pertenencia y su amistad en los patios de la casa de Anás. Fué rápido en la negación cuando el peligro arreciaba, y es dable suponer que en cualquier otra circunstancia hubiera sido objeto de ajuste de cuentas, de reconvenciones, de queja, de repudio, de pase de facturas. Las deslealtades suelen doler muchísimo.
Pero se trata de otro tiempo, y florece una ilógica santa y eterna.
La mirada de Jesús -imposible de describir con palabras exactas, de tan profunda- traspasa la totalidad de la existencia del pescador galileo. Y en cambio de exigencia de explicaciones, sobreabunda un perdón en forma de amistad que también es misión. La amistad del Señor no obliga, pero nos vuelve testigos.
Por eso a los tres quebrantos de Pedro corresponden tres expresiones de amor de Jesús, y tal vez Pedro se entristezca pues la culpa y la vergüenza lo revisten.
En esas preguntas de Jesús a Pedro están arraigadas sus certezas. Pedro será signo de paz y confirmará a sus hermanos a partir del amor que profese a Jesús de Nazareth, y ese mismo amor se expresará en los hermanos del Maestro, en especial en los más pequeños.
El Señor tiene una estupenda desmemoria para nuestras traiciones, y desborda de confianza en todo lo que podemos llegar a ser, con todo y a pesar de todo. Él confía en nosotros, Él cree en nosotros, Él nos tiene fé.
Quizás con razonable necesidad histórica, a través de los tiempos hemos adjudicado a los que sucedieron a Pedro cruciales factores de poder, de dominio, de doctrina y de gobierno.
Pero todas las certezas de Pedro, su firmeza como roca -y la nuestra también- pasa por el amor)
Paz y Bien
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