Para no perecer


Para el día de hoy (03/03/13):  
Evangelio según San Lucas 13, 1-9


(Al Maestro le exponen un el caso de unos galileos cuya sangre Pilatos ha mezclado con la de las víctimas sacrificiales del Templo. Para todas esas gentes, ese hecho seguramente despertaba violentos sentimientos encontrados.
Sabemos por las crónicas históricas -especialmente por Flavio Josefo- que el pretor romano era profundamente antisemita, y no perdía oportunidad de humillar a los ya sometidos judíos, todos súbditos obligados del César. El romano no perdía un segundo, tampoco, a la hora de la represión y la violencia, por ello es altamente probable que Poncio haya ordenado asesinar a esos galileos  en el templo y su sangre derramada se ha mezclado con la de los animales ofrecidos en holocausto en el altar.

Así, la rabia por el imperialista que gobierna mediante la violencia y la muerte y la afrenta de vulnerar lo más sagrado para el pueblo de Israel. A ello es menester añadir que todo hecho desgraciado era considerado una compensación divina por pecados propios o de los padres, una causalidad definida, la justa retribución por los esos pecados cometidos.

Sin embargo, Jesús no ha venido a tomar una postura nacionalista -aunque deplore cualquier opresión- ni considera veraz esa espiritualidad que reivindica a un Dios justiciero y vengador.
Por ello, de algún modo redobla la apuesta al presentar los hechos que también han conmovido a los jerosolimitanos de aquel tiempo, el derrumbe de una torre en Siloé, que ha causado dieciocho víctimas.
Ambas tragedias que duelen, y no se trata de cuestiones mensurables de culpabilidad. Dios, su Dios Abbá, interviene en la historia de otra manera, y el aferrarse a la vieja mentalidad es mucho más grave que el nutrido dolor de cualquier hecho luctuoso que suceda.
Así también, corre por una vereda muy cercana la otra postura resignada de que el destino de cada mujer y cada hombre está preescrito y es ineludible, especialmente lo que se sufre.
Esa imposibilidad de cambiar la propia historia, esa es la verdadera des-gracia.

Perecer es descreer que mi hermano y yo no podemos cambiar, hagamos lo que hagamos.
Perecer es abandonarse a la desconfianza que Dios pueda torcer el curso perverso de la historia, comenzando por la propia existencia.
Perecer es considerar que Dios permite dolores y miserias; Él mismo ha pagado a precio de sangre -despojándose de todo- el costo bravo por toda la humanidad para que nadie más sufra, para que no haya más dolores ni crucificados.
Porque las des-gracias nos pertenecen, y directa o indirectamente es la humanidad la causante de los males que agobian.

Siempre hay tiempo para cambiar, para confiar, para convertirse, para edificar con otros y con Dios nuestro propio destino, escribiendo con letra clara nuestra propia historia.

Porque en verdad, si solamente imperara la retribución, ninguno de nosotros accedería a ningún perdón ni plenitud.

Nuestro hermano mayor nos ha ganado tiempo, el tiempo de la Gracia, la era de la Misericordia, la posibilidad de cambiar y ser cambiados, de fructificar y permitir que Dios nos crezca y florezca)

Paz y Bien



 

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