Para el día de hoy (22/03/13):
Evangelio según San Juan 10, 31-42
(A las puertas de la Semana Santa, se comienza a comprender -desde el lado de escribas y fariseos- el motivo y la condena a muerte de Jesús de Nazareth. Tragedia, horror y odio se entrelazan para aplastar al rabbí galileo.
A esos hombres furiosos nada les importa excepto sus ideas, y así niegan y reniegan de lo evidente. Se han instalado en un cúmulo de normas rígidas, y nada ni nadie podrá sacarlos de esa obcecación violenta; lo peor es que ellos mismos no quieren salir.
Siguiendo lo prescrito por esa Ley que han deificado, buscan piedras para ejecutar al Maestro: consideran que por hablar de Dios como Padre, y considerarse Él mismo Hijo, está cometiendo blasfemia, y por ello debe morir al uso de sus costumbres, lapidarlo hasta la muerte.
Han visto todo el bien que ha hecho, han escuchado su Palabra viva, lo descubrieron manso y pacífico, pero no les importa. Están sedientos de sangre, y en realidad, no sólo lo quieren lapidar. Ellos dilapidan todo ese tesoro que se crece ante sus ojos, el tesoro escondido que Jesús les revela.
Ellos se aferran a un dios lejano y poderoso, que impone premios y castigos de acuerdo a las conductas, un dios al que sólo se puede acceder mediante el cumplimiento férreo del culto y de los preceptos religiosos -sin corazón y sin sonrisa-.
Las posturas no han de ser más opuestas.
Jesús de Nazareth les ha revelado a un Dios cercano, que se ha llegado hasta ellos, un Dios al que descubre Padre y, por el cual, cada mujer y cada hombre son hijos e hijas amados, un Dios que vuelca manantiales de bondad más allá de cualquier mérito, un Cristo que todo lo que hace lo hace desde ese amor primordial.
Un Dios pobre de toda pobreza, un Dios que se despoja de su divinidad para acampar entre nosotros, un Dios que se brinda por entero, un Dios que se entrega a la muerte en la cruz para que nadie más muera.)
Paz y Bien
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