Para el día de hoy (05/03/13):
Evangelio según San Mateo 18, 21-35
(La misericordia de Dios es imposible de explicar y, más aún, de ser pagada de algún modo. A través de toda la historia, y en cada instante de nuestras existencias, el paso redentor del amor de Dios no tiene correspondencia, es un amor de locos.
Dios nos ama incondicionalmente, y nada gana con querernos. Ese amor no se puede calcular ni puede ser sometido a la mesura de planes y proyectos; no nos ama para un fin específico, ni por nuestras virtudes, ni tampoco por nuestras falencias. Nos ama desde sus entrañas, y esa es la gran revelación de Jesús de Nazareth.
Ese amor se expresa en el perdón.
Las razones que esgrime Pedro no están nada mal: para los criterios imperantes en su época, inferir que debemos perdonar hasta siete veces al mismo hermano que, de continuo, nos hace daño, es una postura muy generosa, y hasta complicada de implementar en la práctica.
Sin embargo, el error de Pedro está no tanto en la conclusión como más bien en el razonamiento previo: en la búsqueda del cuantas veces, establece un límite que el Maestro no acepta y rechaza.
Porque el Padre de Jesús -Abbá Dios nuestro- jamás se cuestiona la cantidad de veces que debe perdonar y sanar a una hija o a un hijo, a todos y cada uno de nosotros, mínimos y miserables intregrantes de esta humanidad errante.
Ello se vuelve explícito en la parábola que el Maestro brinda a continuación. La parábola es alegórica, simbólica, el rey de marras jamás puede ser comparado con el Dios de Jesús, porque ese rey se mueve en el plano del poder y del utilitarismo en el que tan a menudo nos embarcamos, y que suele regir las relaciones humanas, las interpersonales, las nacionales, las ideológicas.
La deuda del siervo es impagable, esos diez mil talentos de ningún modo pueden ser cubiertos en varias generaciones. Pero la incomparable bondad de Dios tiene los mismos efectos: salvar lo imposible, desterrar el no se puede -hasta podemos trasladarlo a la durísima realidad de las deudas de las naciones, que tanta miseria y dolor imponen-.
La puerta se nos puede entreabrir cuando comenzamos a aceptar, sin buscar justificaciones, ese amor asombroso que Dios nos tiene. Aceptar que nos quiere sin límites, siempre, con todo y a pesar de todo.
Y aunque todo diga lo contrario, procurar ordenar la existencia personal y comunitaria en esa misma ilógica santa, la de Jesús de Nazareth, la de la cruz y la Resurrección)
Paz y Bien
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