Jueves Santo
Para el día de hoy (28/03/13):
Evangelio según San Juan 13, 1-15
(La última cena de Jesús y sus discípulos no es un reducto exacto de ritos preestablecidos. Es una comida de amigos y hermanos, y en el entorno hay noche pura y la sombra cruel de la cruz, una cruz que no será solamente un símbolo de muerte, sino más bien un escandaloso y loco signo del mayor amor.
Dios ha puesto todo en manos de Jesús de Nazareth. Él, en medio de la cena, se quita su manto, se ata a la cintura una toalla y se pone a lavar los pies de sus amigos. Es el profeta, el Maestro, el Cristo que -al quitarse su manto- se despoja voluntariamente de toda dignidad para servir a los demás.
El gesto de lavar los pies puede tener varias interpretaciones; por lo general, estaba asignado a los esclavos o a las mujeres de una casa. Podía significar la bienvenida que se brindaba al pater familias a su regreso al hogar -símbolo de potestad-, o también la acogida hospitalaria que se brindaba a un visitante. Jesús se asume igual a los últimos, a los que no son tenidos en cuenta, a los considerados inferiores, y ese gesto no debe ser comprendido con carácter ritual: un rito se ubicaría al comienzo o al final de la cena, nunca en el medio de la misma. Esa acción es toda una declaración de principios, un fundamento de identidad para toda la comunidad cristiana que, a su vez, convida a la humanidad -creyentes o nó- a transformar toda la historia a partir de esta ilógica escandalosa que trastoca y transforma poderes, dominios y derriba las jerarquías por la jerarquías mismas.
Es la liturgia del servicio que excede por lejos lo cultual -el ámbito de los templos- y se hace existencia, y se hace cotidianeidad.
Simón Pedro oscila: está atónito y a la vez está indignado. No puede aceptar que su Maestro -su Mesías, aquél al que había identificado como Señor, Hijo de Dios vivo- se baje tanto, se haga un nadie, como una mujer y un esclavo, se despoje de dignidades y rangos de poder, y se ubique como servidor de todos.
Pero Pedro, aún cuando no comprenda, debe permitir que sus pies sean lavados por Jesús.
El Maestro, luego de lavar los pies de todos sus amigos, vuelve a colocarse el manto sin quitarse la toalla que se ha anudado a la cintura. Así regresa a la mesa, y ese regreso es éxodo y es Pascua de una nueva humanidad edificada en un poder que sólo se acepta y comprende desde el servicio desinteresado.
Debemos permitir que el Maestro nos lave los pies para andar con pisada limpia por estos arrabales del mundo.
En algún punto nos hemos aferrado a las seguridades falsas de los ritos y el culto encerrados en templos de piedra, en donde a menudo están ausente corazón y caridad. Porque el culto verdadero ha de celebrarse en el templo vivo de Dios, cada mujer y cada hombre, cada hermano al que debemos servir para ser verdaderamente amigos y seguidores de ese Cristo de nuestra salvación, que nos amó, nos ama y nos amará hasta el fin)
Paz y Bien
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