Para el día de hoy (21/01/13):
Evangelio según San Marcos 2, 18-22
(Las actitudes y acciones de Jesús de Nazareth siempre encendían polémicas, reproches y rechazos descalificatorios, los cuales fueron in crescendo hasta llegar a la brutalidad de la Pasión.
Los críticos más exacerbados del Maestro eran, particularmente, escribas y fariseos; habitualmente, usamos estos dos términos de modo peyorativo, pero es una postura errónea. Estos hombres eran extremadamente piadosos, su fé regía todo los órdenes de su vida y amaban a su Dios, a quien suponían Juez y verdugo estricto, lejano e inaccesible. Por ello mismo, esgrimían una religiosidad retributiva, es decir que con el cumplimiento de las normas cultuales y de piedad obtendrían los favores divinos y a la inversa, quien no siguiera estos preceptos sería depositario de maldiciones y condenas como por ejemplo las enfermedades. A la vez, preparan sus almas para una bendición postrera, post mortem, reivindicación de su Dios para con los justos como ellos se consideran.
Así entonces, oscilan desde el estupor a la rabia cuando Jesús de Nazareth y sus discípulos comienzan a transgredir lo que para ellos es inamovible y sagrado, como por ejemplo en el caso de hoy el ayuno.
Él no está en contra del ayuno ni de otras acciones piadosas, pero ha inaugurado el tiempo nuevo, kairós de la Gracia, y todo es distinto. Él habla de un Dios muy cercano, tan cercano que habita en cada corazón, un Dios que es Padre y es Madre también, un Dios que sale al encuentro de la humanidad, un Dios que es amor, un Dios que se hace ofrenda incondicional, un Dios que perdona y vendas las heridas infringidas por el pecado, un Dios que salva.
Las primacías son del Dios Abbá que busca sin descanso la redención de toda la humanidad antes que su castigo.
Por todo esto, los discípulos y también el pueblo se encuentran gratamente asombrados, y en sus almas bulle la alegría de manera contagiosa: Dios está cerca, Dios nos ama, Dios nos convida, Dios nos perdona.
Para esos hombres de rostro adusto y rictus severo, esa alegría es intolerable, pues entienden que la verdadera fé es la de ellos, la del ceño fruncido, la del rigor que agobia. Así se les hará muy difícil abrir sus puertas al Reino, pues este vino nuevo requiere odres nuevos, y ellos persisten en sus viejos y perimidos envases acartonados.
Pero la Gracia todo lo empuja, y es dable ansiar que se rompan unos cuantos tejidos con parches inútiles. Aún no terminamos de asumir que uno de los distingos de las seguidoras y seguidores de Jesús sea la alegría que no disminuye a pesar de los dolores cotidianos)
Paz y Bien
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