Para el día de hoy (15/01/13):
Evangelio según San Marcos 1, 21-28
(Toda lectura literal tiene como consecuencia primera el quedar en la superficie, no sumergirse en las profundidades de la Palabra, y cuando esto se vuelve dogmático, comienzan todos los fundamentalismos.
Por ello mismo hemos de ahondar siempre en las aguas del Evangelio, sin temores, porque lo eterno jamás tiene fin ni se agota.
La Palabra para el día de hoy nos sitúa en Cafarnaúm, en la sinagoga y en sábado.
Cafarnaúm -kfar Nahum, ciudad del profeta Nahum- no era una aldea menor: los datos que llegan a nuestros días la ubican en la orilla nor-noroeste del mar de Galilea, ciudad portuaria de gran actividad e importancia social y política. De allí probablemente fueran originarios Simón, Andrés y Felipe, y el Maestro instalaría allí durante bastante tiempo, haciendo de ella una suerte de base de operaciones para su ministerio.
A la vez, nos encontramos en la sinagoga y en sábado. La sinagoga como espacio sagrado, y el Shabbat sacralizado en sí mismo y no por Aquél que lo instituye para el bien de la comunidad. Todo se había tergiversado a un extremo de volverse un inmenso aparato opresivo a partir de la religión, pues no siempre lo religioso es sinónimo de de plenitud y liberación.
La sinagoga se había vuelto restringida a los enfermos por considerarlos impuros, a los publicanos por entenderlos pecadores y a las mujeres por ubicarlas en un escalón inferior en la escala humana y virtuosa.
En el culto del Shabbat, todo varón judío tenía derecho a leer los textos de la Torah y a comentarlos, una modalidad de predicación. En esa costumbre, se pone de pié el Maestro y comienza a enseñar a los presentes.
Todos se asombran, pues el Nazareno no enseña al modo de escribas; Él habla y enseña desde lo que conoce en las profundidades de su corazón, de su Padre y de su amor. Los escribas son eruditos en el conocimiento de la Torah y de comentaristas de la Ley, más ellos siempre citan a lo que otros dijeron, y tienen por objetivo que se observen con exactitud todos los preceptos y prohibiciones.
Las gentes escuchan una Palabra nueva en este rabbí campesino, una Palabra que no impone, una Palabra que hace crecer y que no cercena -ése, precisamente, es la raíz etimológica del término auctoritas-.
El hombre poseído por el espíritu impuro es la misma sinagoga -como sistema opresor y perimido- que se queja, que advierte la fuerza imparable de Jesús de Nazareth. El espíritu maligno que lo reconoce como el Santo de Dios es el símbolo de aquellos que reniegan del Cristo que anuncia la mejor de las noticias y que lo perseguirán hasta la muerte: la liberación, con todo y a pesar de todo, ha de llegar a todos sin excepción, y a la sinagoga también.
Muchos espíritus malvados, de exclusión y de imposición, de algunos pocos elegidos y muchos descartables suele habitarnos, especialmente en la casa común -espacio fraterno- que llamamos Iglesia, y es menester volver a asombrarnos, a permitir a ese Cristo que vuelva a liberarnos y hacernos crecer cosas nuevas, semillas del Reino en el aquí y el ahora)
Paz y Bien
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