Para el día de hoy (04/01/13):
Evangelio según San Juan 1, 35-42
(Prácticamente en todas las culturas podemos encontrar modelos de discipulado similares, es decir, un maestro que enseña su doctrina de un modo específico y unos discípulos/estudiantes que aprenden según esa modalidad distintiva. Ello también suele acompañarse de un sitio puntual de reunión, un ámbito académico aún cuando esas enseñanzas sean de carácter místico o espiritual.
Juan el Bautista no era ajeno a estos postulados, antes bien un maestro extraño, que escapaba a los parámetros clásicos. Es un hombre que vive en el desierto y del desierto, hombre de la periferia, foráneo del Templo y todo lo fastuoso. Sin embargo, él también enseña a su manera a sus seguidores, y lo hace en un sitio puntual, en Betania a orillas del río Jordán.
Hombre de Dios, hombre del Espíritu, tiene esa mirada capaz de mirar y ver más allá de lo aparente y descubre por entre la multitud a ese Cristo que se acerca humilde y silencioso a bautizarse, como uno más entre su pueblo. De un modo que está muy lejos de cualquier razón, Juan lo reconoce y afirma sin vacilaciones que allí está el Elegido, el Mesías, el Cordero de Dios.
El seguimiento de Jesús de Nazareth comienza por el testimonio del Bautista: esos dos discípulos van tras Él porque Juan lo ha señalado, porque lo ha reconocido como el Liberador, el que quita el mal del mundo, el que es totalmente de Dios.
Así de crucial es el testimonio: por lo que otros nos dicen con sus acciones y sus palabras queremos buscar a ese cristo que se nos acerca.
No obstante, no hay cuestiones mágicas ni traspasos automáticos, y seguir al Cordero significa estar dispuestos a una transformación total.
Los discípulos de Juan van tras Jesús, más siguen encasillados en las antiguas ideas: así entonces es razonable que le pregunten en donde vive, pues son discípulos nuevos que se afanan por conocer a su nuevo Maestro, y el lugar que inquieren no es sólo el hogar, sino también el sitio en donde se desarrolle su enseñanza.
-Vengan y lo verán- es la respuesta de Jesús de Nazareth, y es una invitación que trasciende a los dos discípulos del Bautista y nos llega a cada uno de nosotros. Es el convite a desinstalarse, es la propuesta de ponerse en marcha, es la necesidad de hacerse senderos con Aquél que es Camino, que es Verdad, que es Vida, es compartir la existencia con ese Cordero manso que libera.
Es claro que no se trata de una declamación ni de un método específico a cumplir. Ya no serán estudiantes de doctrina, sino discípulos y amigos de Jesús, un discipulado que todo la cambia, unas vidas transformadas.
El signo por excelencia ha de ser Simón: ha descubierto al Mesías, y toda su existencia ha cambiado, a tal punto de llamarse por otro nombre -Pedro- porque el fundamento de su existencia convertida ha pasado a ser ese Cordero que vá por delante de él.
El discipulado cristiano no es sencillo. Hay que atreverse a seguir al Cordero de Dios, pasos de paz y liberación en donde no hay lugar para la imposición, en donde la resignación no tiene espacio, en donde la única fuerza que se ejerce es la de la verdad encarnada en el testimonio manso y profético, discípulos del rabbí galileo, seguidores transformados que es la Iglesia de Jesús de Nazareth)
Paz y Bien
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