Evangelio según San Marcos 3, 31-35
(Eran tiempos muy duros para el pueblo de Israel.
Llevaban a cuestas demasiados años de sometimiento al ocupante imperial extranjero, con los rigores y humillaciones que ello suponía En la provincia Galilea esto se acentuaba por el actuar despótico de los reyes vasallos Herodes el Grande y su hijo Herodes Antipas.
Frente a un sistema opresivo y disolutorio, surgía entonces el clan como el único refugio y la única garantía de identidad y pertenencia, de seguridad protectiva de las familias y de la tierra, de conservación de tradiciones y religión; en esta perspectiva, es fundamental el rol de los varones.
Así entonces se comprende que la madre y los hermanos -los parientes- se lleguen desde Nazareth a Cafarnaúm buscando a Jesús: no ha cumplido con las expectativas que los suyos tienen de Él, se ha marchado de su querencia a los caminos, brindándose por entero a extraños y réprobos y hablando de Dios de una manera asombrosa, en vez de cuidar las cosas familiares, continuar el oficio de José, tener hijos.
Él les pertenece, y quieren ejercer ese derecho de propiedad, y el reclamo dice que lo consideran alienado y hasta trastornado.
Pero es un tiempo nuevo, tiempo de Buenas Noticias, de novedades asombrosas, de un Dios muy cercano, un Dios pariente.
El Maestro expande las fronteras escasas del clan familiar y edifica una nueva familia que supera largamente los lazos biológicos, a menudo impuestos y siempre heredados. Esta familia nueva se construye a partir de lazos cordiales porque sus integrantes se han descubierto hijas e hijos de ese Dios que está con ellos, por ellos y en ellos.
Un Dios que considera a los suyos padre, madre, hermana y hermano porque se han decidido por su sueño mayor y su voluntad, la vida plena para todos sin excepciones)
Paz y Bien
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