Para el día de hoy (05/01/13):
Evangelio según San Juan 1, 43-51
(Las señales geográficas no remiten únicamente a una ubicación espacio-temporal: nos indican también coordenadas espirituales, encrucijadas del Espíritu en la historia humana.
Por ello es menester ubicar ese deseo del Maestro de dirigirse a la Galilea de su querencia, esa Galilea de los bordes, sospechosamente heterodoxa a impura, una Galilea periférica y marginal alejada de los centros de ortodoxia y poder. Todo comienza en donde nada se espera, de donde nada bueno ha de venir, espacio sometido a la sospecha perpetua.
-Quizás el amor entrañable de Dios quiera jugar a las escondidas con nuestras razones y lógicas-
Allí encuentra a Felipe, y le invita a seguirle. No hay demasiadas complejidades en el convite, sólo el imperativo de ponerse en marcha, y es Jesús el que invita porque es siempre Dios quien se mueve primero, quien nos sale al paso, quien propicia todo encuentro, quien tiene todas las primacías.
Ese encuentro moviliza y transforma a Felipe, pescador como Pedro y Andrés.
El Evangelio de San Juan tiene un mismo principio y final: se trata siempre del camino, y seguramente el corazón de Felipe ardía del mismo modo que los corazones de los peregrinos de Emaús, porque en ambos casos se trata del encuentro liberador con el Cordero de Dios.
Con ese empuje, Felipe corre el encuentro de Natanael, y la respuesta de este último se reviste de lógica y razones. Nada bueno puede salir de Nazareth, nada nuevo se supone de la periferia, este Cristo no se adapta a los esquemas previstos.
Felipe responde de manera escueta pero a la vez contundente -Ven y lo verás-. No pretende convencer, ni mucho menos imponer ninguna creencia o doctrina. Lo que cuenta, lo que decide y resuelve la existencia es el encuentro personal con ese Jesús caminante.
Es algo que a menudo olvidamos. A nadie se le debe soslayar, a todos sin excepción tenemos una invitación que formular, simple y profunda, a ese encuentro personal y definitorio con Jesús de Nazareth, Dios mismo que nos sale al cruce de nuestros pasos.
No hay que amilanarse ni resignarse.
Siempre habrá mujeres y hombres sin dobleces, mujeres y hombres íntegros y veraces, capaces de trastocar cualquier molde elegido o impuesto, almas hambrientas de verdad y vida que confiesan sin ambages a ese Cristo Redentor, aún cuando todo parece condicionado para lo contrario.
Porque los cielos se han abierto, y con los ojos encendidos de fé podremos ver mucho más que estas mezquinas sombras que a menudo nos agobian)
Paz y Bien
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