Para el día de hoy (24/11/12):
Evangelio según San Lucas 20, 27-40
(La escena que nos plantea la Palabra para el día de hoy se nos puede aparecer como una discusión absurda.
Sin embargo, tiene motivo y causas profundas, especialmente por los que la protagonizan junto al Maestro, saduceos y escribas fariseos.
Cada uno de los grupos tenían su propia lectura literal de la Torah, de la Palabra de Dios. Y precisamente es la literalidad madre de todos los fundamentalismos que, a su vez, son excluyentes y violentamente sectarios.
En ambos casos -como no nos es desconocido- se llegan a las Escrituras con la precisa intención de que la Palabra digan lo que ellos pretenden, es decir, que la Palabra se adapte a sus preconceptos, ideología, necesidades y esquemas a contrario de que la Palabra les hable y los interpele.
En cuanto a los saduceos, además de negar la resurrección y la vida después de la muerte, se aferraban a una espiritualidad de la prosperidad, es decir, el bienestar económico como bendición de Dios por su fidelidad piadosa. Más aún, sólo aceptaban como Palabra santa a la Torah, es decir, al Pentateuco, y negaban la inspiración divina a los libros proféticos, y el motivo no puede ser más obvio: los profetas hablaban con inusual dureza acerca de los ricos, a los que sindicaban a menudo como causantes directos de toda injusticia social.
En esa línea de pensamiento se ubica la disquisición acerca del matrimonio: ellos observan a rajatabla la ley de Levirato mediante la cual cuando un hermano muere sin dejar descendencia, el hermano sobreviviente debe tomar a la viuda y engendrar hijos en la idea de tener herederos y que su nombre no se extinga, o sea, perpetuar en la descendencia su mapa de riquezas y prebendas, y sucesivamente si muere el segundo hermano. Y es duramente sugestivo el rol adjudicado a la mujer, como mera herramienta reproductiva, propiedad del esposo de turno. Todo ello tenía un carácter de inmanencia religiosa: al considerar como bendición divina su prosperidad, no tenían ninguna necesidad de posteridad.
En sus antípodas se encontraban los fariseos: todo lo que preconizaban, practicaban, hacían y decían se orientaba a obtener el favor divino en el más allá, en una vida postrera. El más allá como recompensa de una observancia estricta de los preceptos religiosos en el más acá, aún cuando esa observancia implique renegar del hermano y excluir a muchos, pues se trata de una religiosidad elitista y sectaria.
Con ese talante indagan a Jesús, a fin de saber si el rabbí galileo concuerda con sus expectativas e intereses. Pero esos intereses nada tienen que ver con la Buena Noticia, la mejor de las noticias.
El Evangelio de la Gracia asombrosa de Dios nos enseña que sí, habrá vida postrera y resurrección producto del amor y la bondad infinitas de un Dios que nos ama como Padre y nos cuida como Madre, y que esa eternidad comienza en el aquí y el ahora, en vidas plenas desde ahora mismo, sin exclusiones ni miseria, en alegría y fraternidad desde este preciso instante. Porque el amor, la misericordia, la solidaridad, la justicia y la compasión pueden comenzar en estos arrabales, en este escaso tiempo que somos pero nunca, jamás tienen fin. Son raíces de eternidad que se nos vá creciendo.
A menudo oscilamos entre la postura saducea y la postura farisea, y tal vez vaya siendo tiempo de ponernos de lado de la verdad de Jesús de Nazareth)
Paz y Bien
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