Para el día de hoy (26/11/12):
Evangelio según San Lucas 21, 1-4
(En las arcas del Templo se depositaban las limosnas que estaban destinadas al mantenimiento del culto y al sustento de los sacerdotes. Parte del dinero recolectado se remitía para ayudar a los pobres y a los más necesitados, un mínimo asomo de seguridad social.
Dentro de los necesitados, los extremos de carencias se encontraban en los huérfanos y las viudas; en los dos casos, el determinante era el padre ausente. En una sociedad patriarcal como la de Palestina del siglo I, el padre de familia era el único sujeto de derecho, es decir, el único con potestades y respaldo legal, especialmente en lo relativo a la propiedad. Por ello un niño sin padre o una mujer sin esposo quedaban sumidos en la miseria y librados a su suerte o a las limosnas de los otros.
Jesús estaba en la zona del Templo donde estaban las alcancías para efectuar las limosnas. Ricos y poderosos depositaban importantes sumas, las que hacían un ruido importante al entrechocarse sus denarios al caer en el tesoro; pero por entre la multitud, el Maestro divisa a una viuda que deposita dos sheqquels de cobre, dos moneditas o centavos sin mayor valor. Él siempre tiene esa mirada profunda que jamás deja de ver lo pequeño, lo que no cuenta para los demás.
Y frente a las gruesas sumas volcadas por los ricos, declara que esa mujer ha depositado un valor mucho mayor. Esas monedas que prácticamente no cuentan, son más valiosas que todo el dinero de los otros.
Los otros dan de lo que les sobra, ella se dá a sí misma, pues en esas dos monedas está su sustento, el pan del día, y sin embargo no vacila en brindarlo para ayuda de los más pobres.
Ella ha hecho mucho más que una acción piadosa o una buena obra. Ella antepuso la necesidad de los otros a la propia, y a su vez tiene toda su confianza depositada en su Dios, pues aunque lo que tiene es muy poco, Él lo hará valer, al igual que ese Hijo que la observa, la mira y la ama, y que un día dará de comer a miles a partir de cinco panes y dos peces.
Aquí es en donde habitualmente nos detenemos a reflexionar en dar lo propio antes que lo sobrante, la justicia que florece a partir de la generosidad y el desprendimiento.
Aún así, hay más -siempre hay más-. También nosotros somos esas monedas de cobre sin valor. Cuando nos medimos desde la sinceridad y la honestidad, podemos llegar a la conclusión de que poco somos y valemos.
Aún así, cuando estos centavos de existencia que portamos se comparten, se vuelven un tesoro invaluable, que se magnifica en las manos bondadosas de Aquél que jamás nos pierde de vista)
Paz y Bien
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