Para el día de hoy (11/12/11):
Evangelio según San Juan 1, 6-8.19-28
(A causa de la gran influencia de los medios de comunicación, los filmes y series hollywoodenses, periódicos, televisión y, en algunos casos el ejercicio de la profesión, conocemos y podemos inferir la enorme importancia probatoria de las declaratorias testimoniales.
Es claro que no diremos ingenuamente que por los testigos se decide la verdad; demasiadas veces hemos conocido que ley y procesos judiciales no van de la mano con la justicia. Aún así, a través de testigos veraces queda en evidencia plena lo verdadero.
Juan el Bautista -aquel niño soñado, hijo añorado de Zacarías e Isabel- se estaba volviendo peligrosamente importante; las gentes acudían en gran número cerca de Betania, a orillas del Jordán en donde él los instaba a convertirse, a enderezar sus vidas y los bautizaba. En su entereza no vacilaba en denunciar a los poderosos, la corrupción y los desmanejos de quienes sometían al pueblo.
Por ello mismo, la llegada de sacerdotes y levitas llegados desde Jerusalem no es inocente ni ávida de conocimiento y escucha: sabemos también que el valor de un testimonio está íntimamente ligado a la credibilidad del testigo. Así ellos se acercan a su sencillo altar de agua y desierto: necesitan averiguar, indagar, juzgar y, llegado el momento, suprimir su voz clara e íntegra.
No nos es un procedimiento desconocido, todo profeta -en el tiempo que fuere, en la religión que se elija- es decididamente molesto y peligroso.
Juan lo sabe, pero no se calla. Asombrosamente, no quiere que la atención se centre sobre él mismo: no es el Mesías, no es Elías, no es el Profeta, sólo importa el mensaje que tiene que anunciar.
Es la voz que clama en el desierto, un grito que quiebra tanto silencio impuesto, una voz que cobrará sentido porque anuncia a la Palabra que viene, que está a las puertas, que ya está llegando. Y se mantendrá firme a pesar de la sombra ominosa de la violencia y la muerte que se asoma en el horizonte de su existencia.
En este tiempo de Adviento, la presencia del Bautista y de tantos otros Juanes veraces e íntegros se nos hace necesaria, imprescindible.
Mujeres y hombres que no se creen mucho -casi nada- apenas una voz que se encienden de significado y trascendencia por la Palabra que los habita, por el Verbo que les nace, por ese Niño que están señalando.
Hemos de suplicar voces humildes y sinceras que nos vayan allanando la vida, que nos sacudan la modorra de la rutina y el confort, que nos despeinen los miedos y nos despierten del letargo de mirar hacia otro lado, porque está llegando y está a nuestras puertas Aquél a quien esperamos, el que nos reviste del fuego de la vida, ese mismo Dios que es Palabra y se hace humano para que recobremos el habla y la verdad)
Paz y Bien
2 comentarios:
belo blog
virei aqui sempre que eu puder
grande abraço
¡Gracias Ricardo, siempre nos das una sacudida.
¡Feliz Domingo de la alegría!
Dios te bendiga!!!
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