Para el día de hoy (05/12/11):
Evangelio según San Lucas 5, 17-26
(A pesar de todo esfuerzo en contrario, Jesús no dejaba de enseñar la Buena Noticia de que Dios es Padre y es Madre, que brinda su compasión y su perdón para todos, sin limitaciones ni exclusiones. Hagan lo que hagan mujeres y hombres, sea cual fuera su origen o condición, todas son hijas e hijos.
Parece que eso ofende y preocupa sobremanera: su Palabra viva y clara, su mensaje de liberación es menester que sea desvirtuado, que sea tergiversado ofensivamente y, finalmente, sea acallado. Ese galileo se vuelve cada vez más peligroso, y sin esfuerzo cada vez más gentes lo escuchaban con atención.
Fariseos y doctores de la ley acudían allí, en donde Él enseñaba, para impedir de una vez por todas que la Buena Noticia se propague...y porque su poder, sus prebendas y privilegios se ven amenazados. Están allí sentados a su alrededor, impidiendo que nadie más se acerque, rápidos en defenestrar y cercenar cualquier asomo de verdad.
Era necesario mantener esas puntillosas estructuras de exclusión, de espacios reducidos, de un dios y una vida para unos pocos.
Pero suceden varios milagros que superan por lejos el hecho de que el paralizado regrese caminando a su casa.
Acontece la increíble acción de los compañeros del hombre paralizado: ellos no se amilanan por las puertas cerradas, por ese Cristo rodeado y de acceso vedado. Su fé en Jesús de Nazareth los impulsa a lo increíble: trabajosamente, se ponen al hombro la camilla de su amigo, abren una boquete en el tejado y desde allí descargan cuidadosamente al enfermo a los pies del Maestro.
Es la fé de ellos la que rompa las ataduras que paralizan, es la fé atrevida y la confianza en Jesús de Nazareth las que levantan a los postrados de todo tiempo.
Acontece la maravilla del perdón: al ver la fé de esos compañeros, el Maestro se conmueve y en pleno rostro severo de los apropiadores de almas, expresa la ternura infinita de un Dios perdonando los pecados de ese hombre enfermo. No es un dato menor: para la mentalidad opresiva de quienes lo rodeaban con su desprecio, las enfermedades eran causa de pretéritas faltas, y castigos por desviaciones de esa ley pretendidamente divina. Por ello mismo todo enfermo había de ser considerado impuro y excluido de la vida social, religiosa y comunitaria.
Era una de las crueldades mayores: estaba plenamente justificado el sufrimiento, era justo y necesario remitir a los enfermos a la soledad y al abandono. Así entonces, las palabras de Jesús habían de ser consideradas una blasfemia, pues con ese gesto de bondad se derribaba todo un sistema de agobio y elitismo.
Los apropiadores de almas, los saqueadores de esperanzas se quedaban sin negocio.
Esa Palabra de perdón no es cuantitativa, es decir, no remite a un estado de inocencia a la mayor o menor cuantía de los pecados del enfermo: esa Palabra expresa la Misericordia y la compasión de un Dios que quiere a todas sus hijas e hijos de pié.
A riesgo de ingenuidad, la Iglesia debería ser similar a estos espacios que se abren: algunos acceden por la puerta grande, algunos por las ventanas, otros por los tejados, pues nadie debe quedarse fuera.
Tarea y misión santa es abrir alegres brechas para que todos puedan ocupar su lugar especial al que hemos sido invitados, destino de celebración y fiesta, ágape de liberación con ese Niño que nos viene naciendo en nuestro horizonte)
Paz y Bien
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