Para el día de hoy (31/12/11):
Evangelio según San Juan 1, 1-18
(Finaliza un año y comienza otro. En cierto modo, es como el devenir irrevocable de las estaciones, veranos y otoños, primaveras e inviernos.
En ese transcurrir, el tiempo se nos puede volver triste repetición, el cielo nublado por las aves negras de la resignación y la soledad. Porque aún en la ciudad más populosa, rodeados de multitudes, podemos descubrirnos más solos que nunca, abandonados a nuestra suerte, incapaces de todo excepto del llanto y la tristeza, sordos del aliento, ciegos de novedad.
Y cuando la contundencia de esa mirada escasa parece demolernos, un pequeño sonido humilde nos sale al encuentro en la cada encrucijada diaria de la existencia.
Es el llanto de un bebé.
Tiene un nombre esperanzador -Yehoshua, Jesús, Dios Salva-, un apellido estremecedor -Emmanuel, Dios con nosotros-, pero por sobre todas las cosas, decide y determina el fin del silencio, para recuperar el habla, para volver a entendernos, para no esconderse y mostrarse tal cual es, humano, decididamente humano, el más humano de todos.
Es el fin de toda soledad.
Con otros ánimos y mirada renovada, lo descubrimos tejido en la historia. No ha sido un frío y distante espectador. Esta locamente enamorado de lo que ha creado por ese amor entrañable y esencial.
Es Palabra que nos rescata del silencio y Presencia que quiebra nuestros abandonos.
Entonces, cuando no nos callamos, cuando no nos guardamos esas Palabras que hacen bien, que traen esperanza al que sólo conoce malas noticias, cuando nos acercamos al que está solo y abandonado, al que le dimos la espalda o al que nos deja de lado, allí, precisamente allí, Dios vuelve a nacer y se disipa toda oscuridad.
Presencia y Palabra, escucha y encuentro serán ancla y timón que nos llevarán a puerto seguro en el mar de 2012.
Felicidades y mucha, muchísima esperanza)
Paz y Bien
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