La lejana mirada de la esperanza


Para el día de hoy (29/12/11):
Evangelio según San Lucas 2, 22-35

(Los jóvenes esposos galileos están ingresando a ese Templo imponente: son judíos fieles -anawin de Yahveh- que van a cumplir con lo prescripto por la ley de Moisés por el pequeño hijo y por la madre; en esas cuestiones, apenas pueden ofrecer un par de tórtolas o pichones de paloma, la ofrenda de los pobres. No tienen más, pero cumplen aún desde lo poco y lo pequeño.

Tienen los ojos más grandes que nunca: el gentío inverosímil - ellos provienen de apenas un caserío nazareno- que recorren el atrio de los gentiles, el humo constante de los altares en donde se queman los animales sacrificiales, el incienso, las inmensidad de ese Templo enorme no deja de asombrarlos.

Ellos están perdidos en ese mar de multitudes, invisibles, pues son dos jóvenes campesinos pobres con su bebé; aún así, hay alguien que no los pierde de vista, pues hace décadas que está esperando a ese Niño. El paso de los años en su cuerpo y el peso de la opresión de su pueblo no disminuyen la capacidad de ver: Simeón se sustenta en su esperanza, y su mirada tiene la lejanía de aquellos que confían y esperan, sabedores que Dios siempre cumple sus promesas.
Esa esperanza lo sostiene a pesar de que todo indica que hace tiempo debería haberse retirado al silencio; su vida se ha prolongado en esa espera atenta.

El Salvador que su pueblo espera, el Redentor de todos los pueblos está allí, envuelto en pañales, cuidado por sus jóvenes padres, y ahora sí puede irse en paz, ha visto fructificar su paciencia, y agradece a su Dios ser un cumplidor a rajatabla de lo prometido.
Incluso vá más allá: sabe que sucederá con ese Niño, sabe que con el tiempo ese Bebé dividirá las aguas, sabe que su joven Madre partirá su corazón con la espada del dolor y el rechazo.

Quizás porque sobreadundan multitudes, rutinas y angustias, la figura del abuelo Simeón se nos hace más entrañable, afectuosa e imperiosamente necesaria en estos tiempos.
Mujeres y hombres fieles capaces de ver más allá, con la lejana mirada de la esperanza, fantásticos descubridores de esa Salvación que nos suele salir al paso cada día, del modo más impensado, confiados compañeros que no se resignan y que nunca abdicarán en lo profundo de su corazón porque Dios siempre cumple, porque nuestra liberación está ya entre nosotros, y sólo basta saber abrir bien los ojos y el alma, abuelos magníficos en su fortaleza y en su ternura que nos abracen y bendigan, para juntos volver a agradecer a ese Dios de la Vida que jamás ha de dejarnos solos)

Paz y Bien

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