Para el día de hoy (31/08/19)
Evangelio según San Mateo 25, 14-30
Vayamos primero por el sendero de los símbolos.
La parábola nos habla en varias oportunidades de talentos: un talento, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, era una moneda que equivalía a seis mil denarios aproximadamente. Y un denario, a su vez, es la moneda que representa el jornal diario de un trabajador de Palestina del siglo I; un simple cálculo nos indica que los talentos repartidos a los partícipes de la parábola equivale -en el menor de los casos- a veinte años de trabajo de un jornalero. Una suma enorme, una fortuna, un tesoro.
La desproporción entre la suma otorgada y la confianza brindada es abismal.
Pero el gran error es propiciar una lectura lineal. El Dios de Jesús de Nazareth no es un patrón exigente, que dispensa con rapidez premios y castigos, un Dios punitivo e injusto en los repartos. Tampoco es indiferente a la especulación ni al culto esclavista del dinero. El Dios de Jesús de Nazareth es Padre y es Madre, y todos y cada uno de nosotros somos hijas e hijos, no empleados ni asalariados.
No obstante, tampoco portamos demasiados méritos para que se nos brinde una confianza descomunal, inconmensurable como la que simbolizan esos valiosos talentos. Con inefable certeza lo expresa el apóstol Pablo, que llevamos estos tesoros en estas vasijas de barro que somos.
Porque el tesoro es la asombrosa Gracia de Dios que se nos ha confiado, a puro amor y generosidad.
Es un tesoro extraño, que crece en tanto se brinda, se comparte incondicionalmente, vida plena, vida abundante, perdón y salud que es Salvación para toda la humanidad.
Un tesoro así no ha de ser sepultado bajo capaz de pereza ni de miedos profesados. Tampoco -jamás- debe ocultarse tras cúmulos de normas y preceptos.
La Gracia de Dios es tan asombrosa y desbordante, que vale la pena correr todos los riesgos del mundo para proclamarla, para encarnarla, para que se sepa en todos los rincones que la felicidad está ahora mismo, entre nosotros, para ser bebida y vivida, pagada definitivamente por la sangre de Aquél que todo ofrendó de sí mismo y nada se guardó para que nuestros corazones estén siempre colmados.
Paz y Bien
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