Para el día de hoy (21/08/19):
Evangelio según San Mateo 19, 30-20, 16
Las parábolas, literariamente, son relatos figurados o comparaciones que conducen desde la verosimilitud de lo que se narra a una realidad que en ellas no está explicitada. Si ello lo trasladamos al modo en el cual Jesús de Nazareth enseñaba, las parábolas son ventanas que nos vá abriendo para asomarnos a la infinita realidad de las cosas de Dios, del Reino. Por ello es muy importante no confundir medios con fines, es decir, las diversas figuras que utiliza en la comparación con la inmarcesible luz que se nos ofrece, con ese Dios absoluto que se hace uno de nosotros.
En el caso de la lectura para el día de hoy, ello aplica a esa persistente tendencia que nos desvía la mirada y que tanto daño provoca, y que es aferrarse a la literalidad, a interpretaciones lineales sin profundidad, a la pura letra. Allí comienzan los fundamentalismos, allí no hay sitio para el Espíritu ni para el hermano.
No debería importar tanto la pura letra como la pura Gracia.
Así entonces el Dios de Jesús de Nazareth no es un rico terrateniente que se ajusta al clásico modelo de clases sociales que someten mediante salarios que, a menudo, apenas alcanzan para la supervivencia luego de deslomarse de sol a sol.
Nada de eso. El Dios de Jesús de Nazareth es muy extraño: pudiendo enviar a mayordomos o capataces, sale al encuentro de los trabajadores muy de madrugada, cuando a éstos todavía no se les ha despejado el sueño de sus rostros, Dios del encuentro en nuestros amaneceres, Dios de nuestras existencias y nuestros esfuerzos, Dios al alba.
Dios que también sale a des-horas, a horarios irrazonables, cuando el trabajo ya está en plena marcha.
Dios que sí, cuando el día finaliza, llama a gente de su confianza para que busque a los que aún no están.
Dios escandaloso, Dios derrochón que paga generoso con monedas generosas de igualdad a aquellos que han llegado tardísimo, en igual medida a los que llegaron primero.
Volviendo por un momento a la literalidad, no es descabellado imaginarnos entre el grupo de quejosos. Esa espiritualidad retributiva, esa teología meritoria que expresa el reclamo por lo que en más o en menos merecemos de acuerdo a nuestros esfuerzos. Ello estaría de acuerdo a la búsqueda de justicia humana, pero en verdad la Gracia de Dios es escandalosa en su abundancia incondicional, a pesar de lo mucho o poco que nos merezcamos. El Evangelio es cosa de locos.
Quizás por ello, al modo de las señales de las rutas, nosotros deberíamos proclamar y señalar un rotundo ceda el paso. A la manera de la desmesura de la cruz, hacerse último para que las hermanas y los hermanos que languidecen en el olvido final y el descarte humano avancen hacia adelante, hacia la dignidad fraterna de las hijas y los hijos de Dios, para allí juntos celebrar la fabulosa locura de amor del Dueño de la viña, que paga según la escala inmensa de su corazón sagrado.
Paz y Bien
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