Para el día de hoy (07/08/19):
Evangelio según San Mateo 15, 21-28
Jesús de Nazareth, a pesar de sus raíces galileas -de periferia y cierta heterodoxia cultual- era judío hasta los huesos. Así lo habían criado sus padres, así lo educaron en la fé de sus mayores y en las tradiciones ancestrales de su pueblo.
Por eso le concernían las ideas vigentes, los preceptos obligatorios, los criterios diseminados muchas veces a la fuerza, aún cuando en su interior estuviera en desacuerdo y despuntara otro horizonte, el del Padre.
En resumidas cuentas, Jesús de Nazareth es un fiel y cabal hijo de su pueblo. Y en aras de la autenticidad, se lleva a todas partes y en toda circunstancia lo que uno es, piensa y siente.
Las regiones de Tiro y Sidón hacia donde el Maestro se retira no son áreas estrictamente judías, sino que se encuentran bajo soberanía de Israel por mano militar. Sin embargo, por esos persistentes preconceptos se encontrarán siempre bajo sospecha y observadas con un inocultable desprecio: hay demasiados extranjeros yendo y viniendo por allí, demasiados ajenos que indican impureza ritual, la alteridad desdeñable de los que no son de Israel. También es ruta y a veces hogar de colonos provenientes de los enemigos acérrimos y tradicionales del pueblo judío, fenicios y filisteos.
Para la cultura de su época, una mujer debería guardar recato y silencio, y no trabar conversación en público con ningún hombre fuera de su padre o su esposo, so pena de ser considerada como una mujer de moralidad escasa y/o dudosa -de allí viene el rótulo de mujer pública-. Por todo ello, que una mujer salga corriendo tras del Maestro, a puro grito suplicante, y para colmo de males sea una extranjera, es un escándalo mayor.
Seguramente por ello es que los discípulos le piden a Jesús que la atienda, para menguar aunque sea en parte el impacto de ese bochorno. No hay otra intención, ni siquiera interesarse por su situación. El qué dirán es un rector severo y cruel.
Decíamos que Jesús es un fiel hijo de sus mayores, y así declara que su misión es, ante todo, ofrecida al rebaño de Israel. Las palabras duras -migas y perros- se destinan usualmente al extraño, aunque quizás haya allí una tácita invitación, pues no hay un desplante abrupto ni una despedida rápida.
Pero la mujer resplandece de inteligencia y de una confianza que opaca la fé torpe de los discípulos, pues en el ruego por su hija está volcada y palpitada la confianza de todo su ser en ese Cristo que pasa, y esa confianza es el mar Rojo de la fé, el inicio de toda Pascua interior.
Pero hay más, siempre hay más.
Y es que el corazón sagrado del Señor es un corazón vulnerable al dolor de los demás, al sufrimiento del prójimo, compasión pura, misericordia genuina e incondicional. Es un corazón en sus manos que se deja conmover y transformar.
Por el amor de Dios expresado en Cristo y la fé del hombre se urden en diáfana humildad todos los milagros, y germina la Salvación.
Paz y Bien
Por eso le concernían las ideas vigentes, los preceptos obligatorios, los criterios diseminados muchas veces a la fuerza, aún cuando en su interior estuviera en desacuerdo y despuntara otro horizonte, el del Padre.
En resumidas cuentas, Jesús de Nazareth es un fiel y cabal hijo de su pueblo. Y en aras de la autenticidad, se lleva a todas partes y en toda circunstancia lo que uno es, piensa y siente.
Las regiones de Tiro y Sidón hacia donde el Maestro se retira no son áreas estrictamente judías, sino que se encuentran bajo soberanía de Israel por mano militar. Sin embargo, por esos persistentes preconceptos se encontrarán siempre bajo sospecha y observadas con un inocultable desprecio: hay demasiados extranjeros yendo y viniendo por allí, demasiados ajenos que indican impureza ritual, la alteridad desdeñable de los que no son de Israel. También es ruta y a veces hogar de colonos provenientes de los enemigos acérrimos y tradicionales del pueblo judío, fenicios y filisteos.
Para la cultura de su época, una mujer debería guardar recato y silencio, y no trabar conversación en público con ningún hombre fuera de su padre o su esposo, so pena de ser considerada como una mujer de moralidad escasa y/o dudosa -de allí viene el rótulo de mujer pública-. Por todo ello, que una mujer salga corriendo tras del Maestro, a puro grito suplicante, y para colmo de males sea una extranjera, es un escándalo mayor.
Seguramente por ello es que los discípulos le piden a Jesús que la atienda, para menguar aunque sea en parte el impacto de ese bochorno. No hay otra intención, ni siquiera interesarse por su situación. El qué dirán es un rector severo y cruel.
Decíamos que Jesús es un fiel hijo de sus mayores, y así declara que su misión es, ante todo, ofrecida al rebaño de Israel. Las palabras duras -migas y perros- se destinan usualmente al extraño, aunque quizás haya allí una tácita invitación, pues no hay un desplante abrupto ni una despedida rápida.
Pero la mujer resplandece de inteligencia y de una confianza que opaca la fé torpe de los discípulos, pues en el ruego por su hija está volcada y palpitada la confianza de todo su ser en ese Cristo que pasa, y esa confianza es el mar Rojo de la fé, el inicio de toda Pascua interior.
Pero hay más, siempre hay más.
Y es que el corazón sagrado del Señor es un corazón vulnerable al dolor de los demás, al sufrimiento del prójimo, compasión pura, misericordia genuina e incondicional. Es un corazón en sus manos que se deja conmover y transformar.
Por el amor de Dios expresado en Cristo y la fé del hombre se urden en diáfana humildad todos los milagros, y germina la Salvación.
Paz y Bien
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