En el pan santo compartido se inaugura un tiempo de milagros















Para el día de hoy (05/08/19):  

Evangelio según San Mateo 14, 13-21






Como en una relación de causa/efecto, el Evangelista Mateo nos anoticia, desde el mismo comienzo de la lectura, que el Maestro decide embarcarse hacia un lugar solitario luego de enterarse del asesinato del Bautista. 

Los motivos pueden ser varios: salir de ese ahogo terrible, pues el ambiente estaba demasiado denso por la violenta conducta de Herodes y el feroz encono de las autoridades religiosas. Más que una huida temerosa, se trata de no anticipar las cosas, su Pasión la asumirá en completa libertad pero en el tiempo propicio, su vida será ofrendada cuando Él lo decida, y no cuando lo dictaminen sus enemigos.

Pero también hay otra cuestión, y es que sus paisanos nazarenos no veían en Ël más que al hijo del carpintero, un vecino más del que nada podía esperarse, y que se atribuía cosas ajenas a su competencia y autoridad. Rechazar la persona de Cristo es rechazar la salvación de Dios, y por eso en su patria chica casi no acontecerán milagros. Aún así, es dable suponer que Jesús decide ir hacia un lugar solitario para orar, para beber en solitario el trago amargo de la tristeza por la muerte de Juan, pero muy especialmente -lector como nadie de los signos del tiempo- prepararse pues la plenitud de su misión ha comenzado. El tiempo de la preparación ha finalizado.

Hay una marcada contraposición entre el rechazo de los nazarenos y esa multitud que lo sigue a pié sin importarle distancias, el dejar el hogar o la seguridad de las ciudades. El Maestro se compadece de esas gentes, ovejas sin pastor, una compasión que implica asumir el dolor, el sufrimiento del otro en los propios huesos, una realidad concreta que no se extravía en abstracciones sin rostro,sino la vida misma de Dios que se vuelca hacia los dolientes y necesitados en la sanación que se prodiga.

Las horas pasan y sobreviene la noche junto con la necesidad de alimentar a esos miles de personas. Los discípulos toman una postura errónea, pues el talante de sus expresiones invierte la súplica del Padre Nuestro: ellos quieren que se haga su propia voluntad -como una orden- y nó la de Él.
Aún así, su planteo es razonable: frente a la necesidad urgente, conviene que la gente se arregle por su cuenta a que desfallezcan de hambre ahí nomás. 
La escasez de recursos -cinco panes y dos pescados- destaca la imposibilidad de afrontar el hambre de tantos con tan poco.

Más que panes y pescados compartidos, Cristo multiplica el amor fraterno hacia el infinito, hacia horizontes asombrosos que sacian a todos y aún queda mucho más para los que lleguen. Doce canastas, de las cuales los discípulos se encargarán de repartir, pues no son dueños del Pan, sino sus servidores.

Cuando el pan se comparte en la mesa de los hermanos, cuando el necesitado es tan importante como un hijo, cuando descubrimos que siempre hay lugar para uno más, se inaugura el tiempo de milagros, el tiempo de la misericordia que transforma el rostro brutal del mundo.

Paz y Bien

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