San Agustín de Hipona
Para el día de hoy (28/08/19): .
Evangelio según San Mateo 23, 27-32
Los fariseos no podían excusarse en la no comprensión de las invectivas del Maestro, pues eran tenaces impulsores de la prescripción tradicional de la Ley, mediante la cual todos los sepulcros se blanqueaban, encalándolos de tal modo que el fuerte sol de Palestina los hiciera destacar por sobre el resto del paisaje. Tocar una tumba implicaba lo mismo que tocar a un muerto, algo prohibido pues provocaba impureza ritual y, por ello, la exclusión de la vida religiosa de Israel.
Pero también las tumbas se volvían a encalar cerca de la celebración de la Pascua, con afanes piadosos, para cambiar su talante tétrico y desesperanzador.
A su vez, se edificaban majestuosos mausoleos y sepulcros en donde yacían los restos de los profetas y los justos del Pueblo Elegido: sinceramente, allí no había un afán vindicatorio ni un homenaje honesto, sino la velada intención de apropiarse de la gloria de esos hombres, desligándose de su suerte, pues todos ellos fueron despreciados y asesinados por sus mayores. Y esa misma tesitura mantenían a su vez ellos mismos.
Sea cual fuera el caso, hay una cuestión que por obvia no es menos veraz: un sepulcro alberga la muerte, la degradación persistente de la vida en fuga, lo perecedero, lo que se pudre.
Contra esas tumbas relucientes nos vuelve a advertir el Maestro hoy, pues no son únicamente ayes dedicados a los fariseos de su tiempo.
Se trata de tumbas vistosas, que sin embargo sólo alojan corrupción en todas sus formas. A veces esas tumbas son simpáticas, presuntamente agradables y caminan, escondidas tras máscaras de poder.
Se trata también de las tumbas de la justificación de lo injustificable, de la violencia razonada, de los atropellos programáticos.
Se trata del culto sin caridad, de la religión sin Dios.
Con todo y a pesar de todo -y de nosotros mismos- seguimos creyendo en el Dios de la Vida y en el Hijo que nos salva, y por el que toda tumba deviene inútil, pues con la fuerza asombrosa del amor de Dios la Resurrección es más que una utopía, es una realidad y una certeza de que viviremos para siempre.
Paz y Bien
Pero también las tumbas se volvían a encalar cerca de la celebración de la Pascua, con afanes piadosos, para cambiar su talante tétrico y desesperanzador.
A su vez, se edificaban majestuosos mausoleos y sepulcros en donde yacían los restos de los profetas y los justos del Pueblo Elegido: sinceramente, allí no había un afán vindicatorio ni un homenaje honesto, sino la velada intención de apropiarse de la gloria de esos hombres, desligándose de su suerte, pues todos ellos fueron despreciados y asesinados por sus mayores. Y esa misma tesitura mantenían a su vez ellos mismos.
Sea cual fuera el caso, hay una cuestión que por obvia no es menos veraz: un sepulcro alberga la muerte, la degradación persistente de la vida en fuga, lo perecedero, lo que se pudre.
Contra esas tumbas relucientes nos vuelve a advertir el Maestro hoy, pues no son únicamente ayes dedicados a los fariseos de su tiempo.
Se trata de tumbas vistosas, que sin embargo sólo alojan corrupción en todas sus formas. A veces esas tumbas son simpáticas, presuntamente agradables y caminan, escondidas tras máscaras de poder.
Se trata también de las tumbas de la justificación de lo injustificable, de la violencia razonada, de los atropellos programáticos.
Se trata del culto sin caridad, de la religión sin Dios.
Con todo y a pesar de todo -y de nosotros mismos- seguimos creyendo en el Dios de la Vida y en el Hijo que nos salva, y por el que toda tumba deviene inútil, pues con la fuerza asombrosa del amor de Dios la Resurrección es más que una utopía, es una realidad y una certeza de que viviremos para siempre.
Paz y Bien
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