La Asunción de la Virgen María
Para el día de hoy (15/08/19):
Evangelio según San Lucas 1, 39-56
Celebramos la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, preanuncio y certeza de todas las plenitudes ofrecidas incondicionalmente a toda la humanidad. Celebramos que no somos solamente una idea, una entelequia, una mente escindida, sino que los cuerpos tienen destino de eternidad, que los cuerpos también son sagrados. Celebramos que tenemos un destino infinito de felicidad total, interminable. Celebramos que, a pesar de lo exigua que es esta vida terrena, no hay un fin porque hay más, siempre hay más.
Esa alegría interminable que se consuma en el más allá se comienza edificando en el más acá, día a dia, segundo a segundo.
Porque por la Resurrección de Cristo y con María de Nazareth tenemos la certeza incoercible de que la muerte es éxodo y nuevo comienzo, que no final. Aquí estamos de paso nomás, peregrinos en estos caminos tantas veces ensombrecidos.
En este peregrinar se nos suelen trabar los pies en el fango del dolor, del que provocamos y del que nos infringen. Retrocedemos por la carga de nuestras mezquindades, nos sometemos a los egoístas y temerosos designios de la comodidad.
Pero Ella no se amilana, ni baja los brazos.
La Asunta es María de Nazareth, esposa de José de Nazareth, Madre de Jesús, Madre de Dios, esposa, madre, hermana y discípula fiel. María es presencia que alumbra nuestras incertidumbres, espejo perfecto de Aquel que es la luz, señal cierta de que estos cuerpos a veces dan doblegados no son sólo un envase que se descarta, sino más bien templos vivos con promesa inquebrantable de eternidad.
Ella enciende nuestras esperanzas desde el milagro de la solidaridad y el servicio.
Ella es la testigo espléndida de todo lo que Dios quiere hacer por nosotros, pura bondad y ternura, la Gracia de todos los asombros.
Ella nos vuelve a decir sin cansancio que Dios está muy cerca, que siempre cumple sus promesas, que su sueño es la liberación para que todas sus hijas e hijos sean felices, que tiene prefiere abiertamente a los pobres, los pequeños y los humildes, un Dios que hace que la vida florezca, crezca y se expanda, un Dios que derriba a los poderosos de sus tronos.
Ella es pequeña, pequeñísima. Sin embargo, en su corazón fecundo por la Gracia caben todas las ansias, alegrías y dolores de todos los hijos, y aún hay más lugar.
Ella se puso en marcha hacia el Hijo que supo llevar en sus entrañas, Ella es certeza firme de reencuentro definitivo, Ella es fé y es abrazo, Ella es confianza y es vida siempre creciente, Ella le habla al Hijo del vino que nos anda faltando.
Porque donde está la Madre, está el Hijo, está la vida, está el motivo de nuestra alegría y nuestra esperanza
Paz y Bien
Esa alegría interminable que se consuma en el más allá se comienza edificando en el más acá, día a dia, segundo a segundo.
Porque por la Resurrección de Cristo y con María de Nazareth tenemos la certeza incoercible de que la muerte es éxodo y nuevo comienzo, que no final. Aquí estamos de paso nomás, peregrinos en estos caminos tantas veces ensombrecidos.
En este peregrinar se nos suelen trabar los pies en el fango del dolor, del que provocamos y del que nos infringen. Retrocedemos por la carga de nuestras mezquindades, nos sometemos a los egoístas y temerosos designios de la comodidad.
Pero Ella no se amilana, ni baja los brazos.
La Asunta es María de Nazareth, esposa de José de Nazareth, Madre de Jesús, Madre de Dios, esposa, madre, hermana y discípula fiel. María es presencia que alumbra nuestras incertidumbres, espejo perfecto de Aquel que es la luz, señal cierta de que estos cuerpos a veces dan doblegados no son sólo un envase que se descarta, sino más bien templos vivos con promesa inquebrantable de eternidad.
Ella enciende nuestras esperanzas desde el milagro de la solidaridad y el servicio.
Ella es la testigo espléndida de todo lo que Dios quiere hacer por nosotros, pura bondad y ternura, la Gracia de todos los asombros.
Ella nos vuelve a decir sin cansancio que Dios está muy cerca, que siempre cumple sus promesas, que su sueño es la liberación para que todas sus hijas e hijos sean felices, que tiene prefiere abiertamente a los pobres, los pequeños y los humildes, un Dios que hace que la vida florezca, crezca y se expanda, un Dios que derriba a los poderosos de sus tronos.
Ella es pequeña, pequeñísima. Sin embargo, en su corazón fecundo por la Gracia caben todas las ansias, alegrías y dolores de todos los hijos, y aún hay más lugar.
Ella se puso en marcha hacia el Hijo que supo llevar en sus entrañas, Ella es certeza firme de reencuentro definitivo, Ella es fé y es abrazo, Ella es confianza y es vida siempre creciente, Ella le habla al Hijo del vino que nos anda faltando.
Porque donde está la Madre, está el Hijo, está la vida, está el motivo de nuestra alegría y nuestra esperanza
Paz y Bien
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