Para el día de hoy (23/08/19):
Evangelio según San Mateo 22, 34-40
Los fariseos plantean a Jesús una pregunta teñida de engaños, es decir, una falacia pues necesariamente su razonamiento implica un silogismo que induce a error. No hay hambre de verdad, sólo intención de detectar heterodoxia o blasfemia en el joven rabbí galileo, para poseer así un motivo de condena.
El tema no es menor: los maestro y doctores de la Ley distinguían un total de 613 mandamientos, 365 preceptos de carácter prohibitivo y 248 de carácter positivo, números que a su vez implicaban una profunda simbología: 365 por cada uno de los días del año y 248 por los huesos del cuerpo, con lo cual la Ley brindaba sustento y moldeaba a la totalidad de la existencia humana.
Así entonces tornaba imperativo que los sabios de Israel determinaran cuáles entre ellos eran los más importantes, o bien encontrar una fórmula que los resuma y contenga sin menoscabo, pues de lo contrario todo se tornaba en un fárrago legal de improbable cumplimiento.
Las diversas corrientes rabínicas se embarcaban en profusas casuísticas en busca de la fórmula perfecta; no obstante ello, la tradición de Israel brindaba cierto fundamento a partir de la plegaria diaria -Shema Ysrael-, en el que se alababa al Dios único, y se expresaba el amor absoluto que se le debía.
Así, algunos maestros como Hillel complementaba ese fundamento, expresando que no hagas a otro lo que no quieras para tí: esto es toda la Ley.
El Maestro no reniega de ello, pero establece, con una originalidad fundante, un principio unificador para toda existencia, puerto seguro para todo destino que quiera edificarse.
Son como los dos maderos de la cruz, esos dos maderos que refieren a la totalidad del amor mayor, a la mansa y definitiva ratificación de la Encarnación de Dios: un brazo que se eleva al cielo, el otro -unido intrínsecamente al primero- que se extiende a los hermanos.
La primacía siempre el amor a Dios -con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma-, pero ello jamás ha de escindirse del amor a los hermanos, al prójimo que reconocemos y que buscamos.
El prójimo no es solamente el cercano, el par, el que es de mi tribu, mi clan, mi religión, mi nación: el prójimo es el hermano que descubro en todas partes, sin limitaciones, como otro hijo bendito de Dios.
Ese amor es clave/llave que abre todas las puertas y que a su vez revela de una vez y para siempre el carácter universal y redentor de la Buena Noticia, Dios con nosotros, Dios en nosotros, Dios por nosotros.
Paz y Bien
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