Cristo, Sagrado Corazón en llamas













Domingo 20º durante el año

Para el día de hoy (18/08/19):  

Evangelio según San Lucas 12, 49-53







Acaso por la persistente imagen bucólica y pueril de un Cristo dulcificado en ciertas imágenes, se nos puede antojar ajena y controversial la escena que contemplamos en el Evangelio para este día, un Cristo encendido de palabras sin ambages, que habla de fuego, de angustia, de negación de la paz, de división.

Más es necesario superar la pura letra y adentrarse en el significado profundo, en la enseñanza de los corazones. 
El dramatismo explícito que expresa el texto se corresponde con la intensidad del mensaje que se envía, y nos encontramos ante un Cristo que habla y grita en pura profecía, y como en todo discurso profético esa intensidad puede acarrear luces y sombras, emociones y pasiones y algo de sana confusión que nos espabile de todos los adormecimientos mundanos que nos hacen aferrarnos a lo que no cuenta, a lo que perece.

Quizás por ello el fuego que el Maestro trae no se refiera al Espíritu Santo sino más bien a la honda presencia del Reino que no admite medias tintas ni liviandades, que separa las aguas, un fuego que es crisol y que también nos purifica de todo lo que nos arraiga a las oquedades sin luz, el fuego que enciende la existencia de Jesús de Nazareth y que lo moviliza, casi doliéndole en los huesos.
Así avizora en el horizonte los horrores de la Pasión, el terrible cáliz que debe beber íntegramente y que no eludirá. Su angustia es profundamente humana, la angustia de la espera, la ansiedad de que llegue el momento crucial, como un soldado en las horas previas a la batalla.

A pesar de la sangre que se derramará, ese fuego no se apagará y seguirá encendido en aquellos que sigan los pasos de Cristo. 
La fé cristiana, vivida en plenitud, enarbola desde las entrañas ese fuego sobre la tierra, un fuego sin banalizaciones ni excusas ni relavitismos patológicos. De un lado o del otro.

Ese fuego del compromiso divide, separa, acarrea conflictos pues no transige con los vanos floreos dialécticos de poder del mundo, que suelen replicarse especialmente en la cotidianeidad, porque la fé cristiana no es tanto el sostenimiento o la adhesión a un corpus doctrinal sino muy especialmente la unión e imitación de la persona de Cristo. Vivir como Él vivía, amar como Él amaba, en todo escucharle, hacer lo que Él diga, amar, servir.

Quiera Dios que estos fuegos nunca se nos apaguen, para mayor gloria y alabanza suya.

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba