Para el día de hoy (20/11/18):
Evangelio según San Lucas 19, 1-10
A menudo las multitudes son peligrosas, pues el riesgo de la masificación la suele merodear. Así se disuelve cualquier atisbo de comunidad y reflexión y, peor aún, se despersonalizan rostros y voluntades.
Por todos los lugares en donde pasaba el Maestro se agolpaban las gentes, pues suscitaba no sólo interés genuino sino también lo acuciante de las necesidades, el abandono a su suerte como ovejas sin pastor, un desprecio condescendiente por parte de aquellos que debían orientarlos en la fé, y que sin embargo le imponían cargas cada vez más pesadas y opresivas, angostura de las almas.
Sin embargo, en esa multitud persistían viejos esquemas y prejuicios que salían a la superficie con la ponzoña de las murmuraciones. La multitud se creía con derechos de determinar quien era santo y quien era réprobo, arrogándose un derecho que no tenían. Suele suceder cuando el detector de heterodoxos, herejes y apóstatas permanece demasiado tiempo encendido en desmedro de la fraternidad y la compasión.
Zaqueo -cuyo nombre proviene del hebreo antiguo y significa puro- era jefe de publicanos, es decir, mandaba sobre un grupo de funcionarios recaudadores de impuestos que estaban al servicio del Imperio. Su mismo rol a menudo se aprovechaba para maniobras extorsivas que enriquecían su patrimonio.
Por ello eran fervorosamente odiados por sus paisanos, por abusivos y también por traidores, pues trabajaban para el opresor que hollaba la Tierra Santa de sus padres.
Es muy importante no perder de vista que Zaqueo, además de tener un nombre totalmente judío, se sigue considerando a sí mismo otro hijo de Israel, heredero de las promesas de su Dios. En gran parte por ello lo moviliza la llegada de ese rabbí galileo joven y pobre del que tanto hablan, y que tantas cosas suscita pues a todos recibe.
La multitud, como una pared rígida, parece bloquear todos los accesos, pero hay un impulso mayor en Zaqueo, una decisión personal que vá más allá de la curiosidad y por ello mismo toma la delantera a todas esas gentes y se sube a un sicómoro. Aparentemente era bajito, y quizás ello refiera no tanto a una cuestión de longitud sino más bien a su estatura ética y moral. Aún así, él busca a Cristo, quiere encontrarle, quiere verle.
Pero es Cristo quien lo mira y lo vé, lo conoce y reconoce y le realiza un pedido de hospedaje. La fé es, ante todo, la unión a la persona del Resucitado antes que una adhesión doctrinaria. Ese pedido expresa el insondable amor de Dios que quiere hacer morada en los corazones de los hijos.
Todo en Zaqueo es vocación y respuesta a la convocatoria a la conversión, a una nueva vida, a pesar de que la multitud diga que nó, condene de antemano, suprima en mente y corazón cualquier posibilidad de ingreso a la bendición de Dios, a la santidad, a la plenitud.
La respuesta se traduce en hechos. No hay tanto blablá de lo que se declama pero no se encarna, sino que Zaqueo dá la mitad de sus bienes: el tiempo verbal presente es taxativo y no deja lugar a dudas.
Pero hay más, siempre hay más. La retribución cuadruplicada frente a eventuales conductas dolosas está claramente especificada en la Ley, puntualmente en Ex.22, 1. Zaqueo, el jefe de los publicanos, el pretenso corrupto y traidor, vive con sinceridad la fé de sus mayores pues pone en práctica los mandatos sin perder de vista al prójimo.
El Maestro lo sabe, y por eso lo reconoce hijo de Abraham. Todos aquellos quienes profesamos la ffé lo somos, pero en casa de Zaqueo, aún con las rabias de la masa, acude, se hace presente y permanece la Salvación de un Cristo que viene a recuperar a los perdidos, a sanar a los enfermos, a hacerse hermano y pariente en nuestras existencias.
Paz y Bien
Por todos los lugares en donde pasaba el Maestro se agolpaban las gentes, pues suscitaba no sólo interés genuino sino también lo acuciante de las necesidades, el abandono a su suerte como ovejas sin pastor, un desprecio condescendiente por parte de aquellos que debían orientarlos en la fé, y que sin embargo le imponían cargas cada vez más pesadas y opresivas, angostura de las almas.
Sin embargo, en esa multitud persistían viejos esquemas y prejuicios que salían a la superficie con la ponzoña de las murmuraciones. La multitud se creía con derechos de determinar quien era santo y quien era réprobo, arrogándose un derecho que no tenían. Suele suceder cuando el detector de heterodoxos, herejes y apóstatas permanece demasiado tiempo encendido en desmedro de la fraternidad y la compasión.
Zaqueo -cuyo nombre proviene del hebreo antiguo y significa puro- era jefe de publicanos, es decir, mandaba sobre un grupo de funcionarios recaudadores de impuestos que estaban al servicio del Imperio. Su mismo rol a menudo se aprovechaba para maniobras extorsivas que enriquecían su patrimonio.
Por ello eran fervorosamente odiados por sus paisanos, por abusivos y también por traidores, pues trabajaban para el opresor que hollaba la Tierra Santa de sus padres.
Es muy importante no perder de vista que Zaqueo, además de tener un nombre totalmente judío, se sigue considerando a sí mismo otro hijo de Israel, heredero de las promesas de su Dios. En gran parte por ello lo moviliza la llegada de ese rabbí galileo joven y pobre del que tanto hablan, y que tantas cosas suscita pues a todos recibe.
La multitud, como una pared rígida, parece bloquear todos los accesos, pero hay un impulso mayor en Zaqueo, una decisión personal que vá más allá de la curiosidad y por ello mismo toma la delantera a todas esas gentes y se sube a un sicómoro. Aparentemente era bajito, y quizás ello refiera no tanto a una cuestión de longitud sino más bien a su estatura ética y moral. Aún así, él busca a Cristo, quiere encontrarle, quiere verle.
Pero es Cristo quien lo mira y lo vé, lo conoce y reconoce y le realiza un pedido de hospedaje. La fé es, ante todo, la unión a la persona del Resucitado antes que una adhesión doctrinaria. Ese pedido expresa el insondable amor de Dios que quiere hacer morada en los corazones de los hijos.
Todo en Zaqueo es vocación y respuesta a la convocatoria a la conversión, a una nueva vida, a pesar de que la multitud diga que nó, condene de antemano, suprima en mente y corazón cualquier posibilidad de ingreso a la bendición de Dios, a la santidad, a la plenitud.
La respuesta se traduce en hechos. No hay tanto blablá de lo que se declama pero no se encarna, sino que Zaqueo dá la mitad de sus bienes: el tiempo verbal presente es taxativo y no deja lugar a dudas.
Pero hay más, siempre hay más. La retribución cuadruplicada frente a eventuales conductas dolosas está claramente especificada en la Ley, puntualmente en Ex.22, 1. Zaqueo, el jefe de los publicanos, el pretenso corrupto y traidor, vive con sinceridad la fé de sus mayores pues pone en práctica los mandatos sin perder de vista al prójimo.
El Maestro lo sabe, y por eso lo reconoce hijo de Abraham. Todos aquellos quienes profesamos la ffé lo somos, pero en casa de Zaqueo, aún con las rabias de la masa, acude, se hace presente y permanece la Salvación de un Cristo que viene a recuperar a los perdidos, a sanar a los enfermos, a hacerse hermano y pariente en nuestras existencias.
Paz y Bien
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