Para el día de hoy (29/11/18):
Evangelio según San Lucas 21, 20-28
En el tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, nadie en su sano juicio hubiera pensado o siquiera imaginado que sobrevendría la destrucción del Templo, la deportación y el homicidio de miles, la ocupación militar extranjera de la Ciudad Santa.
Pero ello sucedió. Por el año 70, las legiones romanas comandadas por Vespasiano y Tito logran franquear las murallas de Jerusalem tras cuatro años de terrible asedio, ocupan la Ciudad, profanan el santuario y luego no dejan piedra sobre piedra del Templo, a tal punto que al día de hoy sólo se ha conservado una fracción de una pared exterior -el Muro de los Lamentos-.
Ello supuso una hecatombe para ciertas mentalidades, y la dispersión del pueblo judío por la Diáspora, sin tierras y sin estado, el horror en sus ojos, el estupor en sus almas.
Pero también, con el correr de los años, el imperio romano a su vez caería.
No caeremos en la fácil empresa de la bravuconada que suele olvidarse de las víctimas, el espantoso tendal que dejan a su paso los opresores de todos los tiempos, y muy especialmente los de esta época, bestias monstruosas de guantes blancos y buenas maneras.
Es claro que la historia humana puede ser leída desde una sola perspectiva, y en ese marco escaso sólo veríamos violencia, guerras, cataclismos naturales -y no tanto-, la vida atropellada, la dignidad vulnerada, la injusticia como norma, la miseria razonada.
Pero hay otra historia que se gesta silenciosa, humilde y tenaz, tan frutal y persistente como el amor de Dios.
Es el kairós, tiempo santo de Dios y el hombre. El tiempo propicio de la Gracia, la misericordia, la Salvación.
Es tiempo de llevar la frente en alto, con obstinada ternura y esperanza indestructible, pues todas nuestras sombras se disipan merced a la luz que nos está llegando, en las manos pequeñas de un Niño en brazos de su Madre.
Paz y Bien
Pero ello sucedió. Por el año 70, las legiones romanas comandadas por Vespasiano y Tito logran franquear las murallas de Jerusalem tras cuatro años de terrible asedio, ocupan la Ciudad, profanan el santuario y luego no dejan piedra sobre piedra del Templo, a tal punto que al día de hoy sólo se ha conservado una fracción de una pared exterior -el Muro de los Lamentos-.
Ello supuso una hecatombe para ciertas mentalidades, y la dispersión del pueblo judío por la Diáspora, sin tierras y sin estado, el horror en sus ojos, el estupor en sus almas.
Pero también, con el correr de los años, el imperio romano a su vez caería.
No caeremos en la fácil empresa de la bravuconada que suele olvidarse de las víctimas, el espantoso tendal que dejan a su paso los opresores de todos los tiempos, y muy especialmente los de esta época, bestias monstruosas de guantes blancos y buenas maneras.
Es claro que la historia humana puede ser leída desde una sola perspectiva, y en ese marco escaso sólo veríamos violencia, guerras, cataclismos naturales -y no tanto-, la vida atropellada, la dignidad vulnerada, la injusticia como norma, la miseria razonada.
Pero hay otra historia que se gesta silenciosa, humilde y tenaz, tan frutal y persistente como el amor de Dios.
Es el kairós, tiempo santo de Dios y el hombre. El tiempo propicio de la Gracia, la misericordia, la Salvación.
Es tiempo de llevar la frente en alto, con obstinada ternura y esperanza indestructible, pues todas nuestras sombras se disipan merced a la luz que nos está llegando, en las manos pequeñas de un Niño en brazos de su Madre.
Paz y Bien
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