Domingo 33º durante el año
Para el día de hoy (18/11/18):
Evangelio según San Marcos 13, 24-32
La lectura del día nos ubica en el penúltimo Domingo del año litúrgico, y sabiamente, la Iglesia nos ofrece desde la Palabra una reflexión acerca de la Parusía para intentar obtener una imagen paralela referente al la conclusión de la historia.
Numerosas corrientes teológicas y filosóficas imaginaron un porvenir escatológico sombrío, cataclísmico, el Apocalipsis no en su sentido fundante como Revelación sino como fin terrible. Esto también tiene que ver con las diversas circunstancias graves que cada época conlleva consigo, en especial los tiempos harto difíciles de opresión, de persecuciones, de horrores continuos que parecen no terminarse.
Pero también ese criterio se utilizó con fines pseudoreligiosos: el miedo suele ser una herramienta bastante eficaz para someter corazones, para atenazar las voluntades de las personas.
Sin embargo, el Maestro no lo vivía ni entendía así, y hacia otro horizonte se dirige su enseñanza.
Los símbolos cósmicos destacan su importancia, y es que no estamos solos. La historia humana se encuentra fecunda de eternidad, la Encarnación no es un misterio abstracto sino la concreción absoluta del amor de Dios con nosotros.
Por ello, más que fin del mundo es más cierto y veraz pensar en la plenitud de los tiempos. En que algo importantísimo está creciéndose en silencio, humilde y pujante como el grano de mostaza.
Que el regreso de Cristo no es un final abrumador sino un luminoso comienzo, la convergencia definitiva entre Chronos y Kairós, entre el tiempo humano y el tiempo santo de Dios.
Es el Cristo Resucitado y glorioso que regresa para congregar a sus hermanas y hermanos de todos los tiempos. No hay imperio que no caiga si el pueblo lo decide, no hay tiniebla que prospere si es firme la esperanza, y el motivo de nuestra alegría es que podemos edificar un destino de plenitud, porque habrá un alba de plenitudes conjuntas, del cumplimiento de todas las promesas.
Paz y Bien
Numerosas corrientes teológicas y filosóficas imaginaron un porvenir escatológico sombrío, cataclísmico, el Apocalipsis no en su sentido fundante como Revelación sino como fin terrible. Esto también tiene que ver con las diversas circunstancias graves que cada época conlleva consigo, en especial los tiempos harto difíciles de opresión, de persecuciones, de horrores continuos que parecen no terminarse.
Pero también ese criterio se utilizó con fines pseudoreligiosos: el miedo suele ser una herramienta bastante eficaz para someter corazones, para atenazar las voluntades de las personas.
Sin embargo, el Maestro no lo vivía ni entendía así, y hacia otro horizonte se dirige su enseñanza.
Los símbolos cósmicos destacan su importancia, y es que no estamos solos. La historia humana se encuentra fecunda de eternidad, la Encarnación no es un misterio abstracto sino la concreción absoluta del amor de Dios con nosotros.
Por ello, más que fin del mundo es más cierto y veraz pensar en la plenitud de los tiempos. En que algo importantísimo está creciéndose en silencio, humilde y pujante como el grano de mostaza.
Que el regreso de Cristo no es un final abrumador sino un luminoso comienzo, la convergencia definitiva entre Chronos y Kairós, entre el tiempo humano y el tiempo santo de Dios.
Es el Cristo Resucitado y glorioso que regresa para congregar a sus hermanas y hermanos de todos los tiempos. No hay imperio que no caiga si el pueblo lo decide, no hay tiniebla que prospere si es firme la esperanza, y el motivo de nuestra alegría es que podemos edificar un destino de plenitud, porque habrá un alba de plenitudes conjuntas, del cumplimiento de todas las promesas.
Paz y Bien
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