Domingo 31º durante el año
Para el día de hoy (04/11/18):
Evangelio según San Marcos 12, 28-34
La formación y los conocimientos son importantes y valiosos; ello cobra especial relevancia en el ámbito religioso, siempre y cuando esos conocimientos tengan carácter instrumental para ahondar en el cultivo y en el crecimiento personales.
Sin embargo, en la fé cristiana no lo son todo. Hay más, siempre hay más, no hay que adormilarse ni acomodarse. Lo que verdaderamente cuenta es el amor a Dios y al prójimo, y es Dios -solamente Él- quien concede sentido y trascendencia.
Con la cruz nos identificamos; a partir del amor infinito de Cristo expresado en la cruz la existencia adquiere -sin merecimientos de nuestra parte- un distingo único a irrevocable, la Salvación.
El encuentro que nos presenta la lectura del día es, en cierto modo, sorprendente. Estamos habituados a que escribas, fariseos, sacerdotes y ancianos se acerquen en grupo al Maestro, con ánimo belicoso e iracundo, escudarse en el grupo para arrollar al que está solo, el ímpetu de escudarse en muchos.
Aún así, se dirige personalmente al Maestro un escriba, y su talante es muy distinto al que despliegan normalmente sus pares: él se acerca con respeto y con confianza a ese rabbí que puede darle una respuesta a uno de los interrogantes cruciales de la casuística judía. Es muy importante tener en cuenta que meditamos el Evangelio según San Marcos, y por ello el escriba se infiere que pertenece a la corriente farisea, es decir, un letrado fariseo.
El tema no era menor: la ley mosaica establecía 613 mandamientos o mitzvot, de los cuales 248 eran preceptos de carácter positivo y 365 de carácter negativo o prohibiciones expresas. En tal cúmulo de regulaciones, era usual y hasta razonable que una persistente discusión dialéctica y teológica aconteciese para establecer cual mandamiento tenía mayor jerarquía sobre todos los demás.
De esa manera, el escriba busca en Cristo una respuesta que le aporte claridad a partir de la recta interpretación que Él haga de la Escritura.
La respuesta surge de la misma Escritura pero ahora a la luz de la Gracia, y hay un convite maravilloso para ese hombre docto. A partir de lo que sabe y conoce, y con el auxilio del Señor, él podrá encontrar esa verdad que ansía, y no deberá ir demasiado lejos, ni devorar bibliotecas. Antes bien, debe internarse corazón adentro, en donde se resuelven las cosas, y desde allí salir al encuentro de Dios y del hermano. Es el amor la clave de todo destino, y todo rito -para ser auténtico- debe supeditarse a ello. Porque el culto primero es la compasión que nos aprojima al hermano, templo palpitante del Dios de la vida.
Ese escriba no está lejos. Gratamente el Maestro le señala que está en las cercanías del Reino.
Le falta un paso, y es precisamente salir al encuentro de un prójimo que no se acota a la nacionalidad, a la raza, a la religión, sino que se amplía a toda la humanidad.
Paz y Bien
Sin embargo, en la fé cristiana no lo son todo. Hay más, siempre hay más, no hay que adormilarse ni acomodarse. Lo que verdaderamente cuenta es el amor a Dios y al prójimo, y es Dios -solamente Él- quien concede sentido y trascendencia.
Con la cruz nos identificamos; a partir del amor infinito de Cristo expresado en la cruz la existencia adquiere -sin merecimientos de nuestra parte- un distingo único a irrevocable, la Salvación.
El encuentro que nos presenta la lectura del día es, en cierto modo, sorprendente. Estamos habituados a que escribas, fariseos, sacerdotes y ancianos se acerquen en grupo al Maestro, con ánimo belicoso e iracundo, escudarse en el grupo para arrollar al que está solo, el ímpetu de escudarse en muchos.
Aún así, se dirige personalmente al Maestro un escriba, y su talante es muy distinto al que despliegan normalmente sus pares: él se acerca con respeto y con confianza a ese rabbí que puede darle una respuesta a uno de los interrogantes cruciales de la casuística judía. Es muy importante tener en cuenta que meditamos el Evangelio según San Marcos, y por ello el escriba se infiere que pertenece a la corriente farisea, es decir, un letrado fariseo.
El tema no era menor: la ley mosaica establecía 613 mandamientos o mitzvot, de los cuales 248 eran preceptos de carácter positivo y 365 de carácter negativo o prohibiciones expresas. En tal cúmulo de regulaciones, era usual y hasta razonable que una persistente discusión dialéctica y teológica aconteciese para establecer cual mandamiento tenía mayor jerarquía sobre todos los demás.
De esa manera, el escriba busca en Cristo una respuesta que le aporte claridad a partir de la recta interpretación que Él haga de la Escritura.
La respuesta surge de la misma Escritura pero ahora a la luz de la Gracia, y hay un convite maravilloso para ese hombre docto. A partir de lo que sabe y conoce, y con el auxilio del Señor, él podrá encontrar esa verdad que ansía, y no deberá ir demasiado lejos, ni devorar bibliotecas. Antes bien, debe internarse corazón adentro, en donde se resuelven las cosas, y desde allí salir al encuentro de Dios y del hermano. Es el amor la clave de todo destino, y todo rito -para ser auténtico- debe supeditarse a ello. Porque el culto primero es la compasión que nos aprojima al hermano, templo palpitante del Dios de la vida.
Ese escriba no está lejos. Gratamente el Maestro le señala que está en las cercanías del Reino.
Le falta un paso, y es precisamente salir al encuentro de un prójimo que no se acota a la nacionalidad, a la raza, a la religión, sino que se amplía a toda la humanidad.
Paz y Bien
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