San José Gabriel del Rosario Brochero, presbítero
Para el día de hoy (16/03/17):
Evangelio según San Lucas 16, 19-31
A menudo ciertas interpretaciones y espiritualidades oscilan desde una abstracción desencarnada hacia una ideologización que habla mucho de inmanencia, de razones demasiado mundanas.
Ése quizás sea el riesgo al que se arribe en la lectura que nos ofrece la liturgia del día.
Pero el rico de la parábola no se adecua a los estereotipos habituales de los opresores clásicos, de los corruptos sin destino que explotan a los demás. Vive en una tranquila indolencia, quizás felicitándose por ser bendito con esta prosperidad que goza a diario. Pero llamativamente el rico no tiene nombre, como si su actitud le fuera disolviendo su identidad y su existencia; una tradición -no bíblica- identifica a este hombre rico como Epulón, pero este nombre de raíces grecolatinas es en realidad un adjetivo que significa banqueteador.
A pesar de los banquetes cotidianos, de los espléndidos vestidos y el lujo, ese hombre no mira ni vé al pobre que languidece en su umbral. Es el epítome de la miseria: contrariamente a la realidad del hombre rico, el pobre está revestido de llagas, y los perros -simbólicamente animales impuros- van a lamer sus heridas, más no en carácter de mascotas, sino dando un tenor ignominioso.
Como si no fuera suficiente, agoniza de hambre y suplica, aunque sea, alguna de las migas que caen de la mesa del hombre rico. En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth la miga del pan se utilizaba para limpiar la grasa de los dedos, pues no había cubiertos, y por ello, el pobre ansía probar algún residuo de descarte, señal que su vida ha sido descartada.
Pero el pobre tiene un nombre que lo identifica -Lázaro, Dios ayuda- santo indicio de que los pobres tienen nombre y rostro imperecederos en el sagrado corazón de Dios.
Aún así, aún cuando prosiga su estructura con los hechos postreros frente al juicio divino, esta parábola no refiere al más allá sino más bien al más acá.
El aquí y el ahora es el tiempo de la caridad. La eternidad germina entre nuestros días merced a un Dios que se encarna, un Dios que se hace hombre pobre y humilde, hermano en nuestras miserias, Redentor.
Hay un abismo inmenso entre los ricos y los pobres. No se trata de una cuestión ideológica, sino ante todo cordial. Demasiados miran para otro lado. Demasiados razonan miserias y justifican sufrimientos al pueblo. Demasiados dejan morir a tantos Lázaros ahí nomás, a su puerta.
Ese abismo es el de renegar de la fraternidad, el negar la compasión, el de propalar resignaciones frente a la injusticia, cultores abyectos del no se puede.
El tiempo de la caridad es hoy, y la justicia no puede posponerse pues no hay vuelta atrás cuando una vida se pierde por la desidia articulada, por el olvido, por la negación del prójimo.
Paz y Bien
1 comentarios:
Gracias, vaya no sabia todo esto, ahora entiendo mejor este evangelio, no perder el tiempo en vanidades, olvidarme de mi misma y vivir en caridad, gracias , Señor Ricardo.
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