La Anunciación del Señor
Para el día de hoy (25/03/17):
Evangelio según San Lucas 1, 26-38
La liturgia tiene un tempo propio, una cadencia espiritual para cada día del año. De ese modo, en el día de hoy esa armonía introspectiva y penitencial propia de la Cuaresma parece quebrarse con el grato memorial de la Anunciación del Señor, con su luminosidad, con su inmensa y trascendente sencillez exactamente nueve meses antes de la Navidad, quizás inaugurando en nuestros corazones la gestación de la Gracia.
Pero si lo contemplamos con mirada amplia, la Encaración de Dios es también una mansa irrupción de Dios en la historia humana desde la periferia, desde los bordes, allí desde donde nada se espera y estableciendo su alianza definitiva con la humanidad a través de una jovencísima mujer nazarena.
La escena es extraña.
Nazareth no está en la memoria de Israel, nunca se menciona en las Escrituras; es apenas un villorio polvoriento perdido en los mapas que, para colmo, se ubica en Galilea, la periferia siempre sospechosa de donde nada bueno puede esperarse.
Las escenas bíblicas de la presencia divina -o por medio de sus ángeles- siempre implican que el hombre que interviene se postre contra el suelo en señal de justa humildad, pues hay un abismo entre la inmensidad de Dios y la finitud humana.
Sin embargo, el Ángel del Señor que se llega a Nazareth y frente a esa mujer se comporta con un respeto inusual, como pidiendo permiso. La muchachita judía a la que visita se desconcierta pues ella es muy pequeña -no cuenta para casi nadie- y se inquieta frente a la eternidad de un Dios que se hace presente en su cotidianeidad.
Pero quien se estremece en verdad es el Mensajero, señal de un Dios enamorado de la humildad luminosa de esa muchacha, señal de un Dios enamorado de su creación.
Dios pone en la decisión de María el destino de la humanidad, lo más preciado que posee, su Hijo querido.
El cosmos depende de lo que Ella diga, y por ello su Si! es tan definitivo, tan grande en su conmovedora pequeñez que nada será igual, todo cambiará.
La vida cambia de rumbo hacia horizontes plenos cuando le decimos Sí a Dios, a pesar de lo que somos, aún cuando nos parezca que todo seguirá signado por nuestras miserias.
Por María de Nazareth, Dios se hace historia, tiempo, vecino, un Hijo queridísimo que se llega a estos arrabales nuestros, fecundando estos campos yertos desde el milagro del amor.
La Salvación es don y misterio, pero por María de Nazareth sabemos y conocemos confiados que Dios nos invita, nos convida, nos hace parte fundamental de sus sueños y sus proyectos, en la tenaz afirmación de la vida desde los pequeños y los pobres.
Paz y Bien
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