Para el día de hoy (11/03/17):
Evangelio según San Mateo 5, 43-48
Con
presupuestos humanamente muy razonables, estamos atrapados en una
lógica que, necesariamente, deja un tendal de muertos y heridos, y que
no vá más allá de nosotros mismos, carece de trascendencia, se agota en
su misma raíz.
Pero con Jesús de Nazareth no hay lugar para el no se puede. Él toma las tradiciones de su pueblo -tan comunes a todos los pueblos- y las resignifica.
En
la ley de Moises y la cultura de Israel, estaba explícito el mandato de
amar al prójimo, es decir, amar al par, al judío, al otro hijo de
Israel. El forastero que es el extranjero que ha sido asimilado por
Israel también debe ser amado y respetado; ahora bien, nada dice acerca
del extranjero.
La
extranjería -total ajenidad- no tiene ningún condicionamiento moral ni
obligación ética, por lo que es perfectamente odiable, y obviamente
eliminable sin cargo de conciencia a la hora de la guerra. El lejano
-que puede estar a sólo unos metros- está separado por una brecha
infranqueable.
Aún
así, el Dios de Jesús de Nazareth es el Dios del prójimo, del forastero
y del extranjero, que no realiza estas disquisiciones que son tan
nuestras sino que sólo mira y vé hijas e hijos.
Esos
proyectos tan actuales en donde es posible y justificable el odio en
todas sus expresiones y formas refinadas, nada tiene que ver con el
Reino.
De
tal palo tal astilla sentencia verazmente el saber popular, y si nos
reconocemos hijas e hijos de ese Dios Abbá, no podemos ser distintos ni
menos que Él.
No
hay lugar para abstracciones ni para conformismos banales en los
templos y predicaciones. Más que una utopía, tiene su encarnación
concreta en este mundo tan violento y cruel, porque es el único modo de
sanar corazones y acercar a las gentes.
Shalom
no es sólo un deseo de paz: es la bendición efectiva y eficaz de ese
Dios que es liberación para todos los corazones heridos, para que
florezca la vida, para que retroceda la muerte.
Paz y Bien
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