Jueves de Ceniza
Para el día de hoy (02/03/17)
Evangelio según San Lucas 9, 22-25
El Maestro se reconoce a sí mismo como Hijo del Hombre, y ésta denominación tiene una trascendencia infinita: siendo el Hijo de Dios, el Mesías, el Cristo de la Salvación, señala sin ambages el entrañable amor de un Dios que se abaja, que se llega desde su insondable eternidad a la vecindad de nuestras existencias como un pariente, un amigo, un vecino.
Lo que sigue es durísimo, y desafía una multitud de razones, las ansias de éxitos mundanos, ciertos conceptos acerca del poder. El sufrimiento del Mesías, su aparente derrota, su mansedumbre inclaudicable provocan una ruptura, desde el amor y la fidelidad, de todas las lógicas del mundo, de todas las razones del poder, y nos descubre que el verdadero poder es el servicio.
Él advierte e invita a los suyos a seguirle. No es nada fácil, pues es un convite de cruz, de sufrimiento.
La cruz como sinónimo de dolor, de pesar, a veces victimismo sin remedio, a veces resignación luctuosa, o las miserias que cada uno de nosotros acarreamos por eso que llamamos pecado.
Pero cargar la cruz no pasa por allí.
En tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, el Imperio Romano ejecutaba a los criminales más abyectos y peligrosos mediante la crucifixión, un método terrible cuidadosamente estudiado y planificado, mientras que para cierta mentalidad judía cruz era maldición. Por ello, cargar la cruz cotidiana implica, sin menoscabos, significa encarnar libremente y por amor ser considerados marginales, reos, malditos, lo último de lo último, confiados en Aquél que nos impulsa y nos sostiene, hambrientos de justicia, en humilde oblación de esto que somos para mayor gloria de Dios.
Paz y Bien
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