Para el día de hoy (28/03/17):
Evangelio según San Juan 5, 1-3a. 5-18
La escena nos sitúa en Jerusalem, en las cercanías del Templo, en una fiesta que no se detalla pero que parece tener su importancia para la nación judía. El lugar es la piscina de Betsata o Bethesda, que formaba parte de un sistema de cisternas que proveía miles de litros de agua necesarios para realizar las abluciones rituales y las purificaciones de precepto que se realizaban de continuo en el Templo.
Betsata, que como nos señala el Evangelista se encontraba junto a la Puerta de las Ovejas, se utilizaba puntualmente para lavar todo el ganado ovino, ovejas y corderos, que serían sacrificados luego en el altar. En gran parte por esa causa, por la cercanía a lo sagrado, se le adjudicaba a las aguas de Betsata propiedades milagrosas y curativas, y así solían llevar allí a los enfermos en busca de salud.
Betsata estaba muy cerca del Templo y de las escalinatas en donde los rabinos impartían conocimientos de la Torah a sus discípulos, y por ello la escena es sobrecogedora: las inmediaciones de la piscina parecen un hospital de guerra, una sala de emergencias con sus enfermos tirados en el suelo, mientras que a unos pasos de allí -como si nada pasara- se enseña la Palabra de Dios.
La escena es demasiado habitual, el acostumbrarse al dolor sin misericordia, el razonar sufrimientos, el mirar para otro lado religiosamente, erudición teológica que parece haber desalojado la misericordia.
El agua de las tinajas de Caná, el agua del pozo de Jacob, el agua de Bethesda ya no sirven, devienen estériles, no sanan ni purifican, y las gentes languidecen sin solución.
Ese hombre estuvo treinta y ocho años tirado allí, sin auxilio. Treinta y ocho años era, en ese tiempo, la expectativa promedio de vida, por lo que ese hombre paralizado es la humanidad que transcurre su existencia postrada por el pecado y agobiada por la muerte. La Ley sólo alcanza a señalarle la culpa que se porta como un gravamen ineludible, pero no trae respuestas, sólo más cargas a las cruces impuestas.
Pero pasa el Señor, que ha venido a levantar a esta humanidad caída y doblegada en sus miserias, estos dolientes que somos por las miserias que nos aíslan.
Ya no es cosa de objetos o sitios, sino de una persona, la persona de Cristo del cual brota un manantial de agua vida, Gracia y misericordia, el perdón que nos restablece, el amor de Dios que nos re-crea y nos pone de pié, un Dios tan cercano como un Padre que se llega allí donde solemos plegarnos a esos dolores que nos parecen interminables.
Sólo Cristo es eterno, sólo el amor es definitivo.
Paz y Bien
2 comentarios:
Tener la actitud de Cristo, no pasar de largo ante el dolor y el sufrimiento del otro, que muchas veces yo caigo en esa indiferencia, perdóname Señor, gracias.
Quiera Dios que con su perdón y su Gracia cada día tengamos más espacio corazón adentro para el hermano
Bendiciones!
Paz y Bien
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