Para el día de hoy (23/03/12):
Evangelio según San Juan 7, 1-2.10.25-30
(Jesús de Nazareth ha sido educado en la fé de sus mayores, ha crecido en la fé de Israel. Es judío hasta los huesos, como su padre carpintero, como su madre nazarena, como sus paisanos, como sus discípulos.
Pero también es un hombre con una misión, un hombre encendido por el Espíritu.
Por eso vá hacia el Templo, aún casi a escondidas -pues lo estaban buscando-, porque eran los días en que se celebraba la Fiesta de los Tabernáculos -Sukkot-, una de las tres fiestas más importantes para la fé de Israel junto a Seder Pesaj -Pascua- y a Shavuot -el recuerdo de la entrega de Dios a Moisés de las tablas de la ley-.
Jesús quiere celebrar con su gente, con sus hermanos, a pesar del ambiente tenebroso que se está cerniendo sobre Él. Sin embargo, a pesar de la multitud, es un hombre solo.
Escribas, fariseos y sumos sacerdotes puntillosos en el cumplimiento estricto de la Ley -y negadores de toda compasión- están decididos a eliminarlo. Hacen lo que siempre se hizo en estos casos: aislar al condenado, rodearlo, no permitir que nadie dé la cara por Él, que nadie hable en su nombre. Así, imaginan, será más fácil eliminarlo.
La multitud lo conoce, y se ha asombrado gratamente cuando lo vieron sanar enfermos, cuando derribó las mesas de los cambistas, cuando bebían sus palabras. Pero es un amor falaz, un afecto lábil; no se atreven a dar el paso más allá del asombro y en cierto modo, acompañan la decisión de los poderosos. Por ello mismo, se asombran de que camine en libertad por las calles de Jerusalem, de que no lo detengan, y se preguntan si, de algún modo, algún sabio lo ha reconocido como Mesías. Es la actitud de quienes se sienten satisfechos por haber leído el menú sin haber tocado un solo bocado, de los que esperan que todo esté hecho por los otros sin animarse ellos mismos a digerir en su alma al Pan de Vida.
Creen conocerlo por cuestiones de nacionalidad y pertenencia -galileo, carpintero-, pero sigue siendo un hombre desconocido, un Mesías dolido de soledad.
Aún así, los pobres y los olvidados se regocijan en silencio. Toda una multitud de excluidos que por crueles normas de pureza no son partícipes de Sukkot, saben que Él ha venido especialmente por ellos, para que la fiesta no sea de unos pocos sino de todos.
Quizás la Cuaresma sea, en gran parte, hacer memoria y vida de esa soledad del Maestro, de ese abandono por parte de los suyos, y que a pesar de todo y de todos, se mantiene fiel a su misión y no permite que se apague la llama que lo enciende, la luz del Padre que lo ha enviado para que todos -incluidos sus verdugos- vivan, y vivan en plenitud.
La Cuaresma es memoria y presencia de fidelidad)
Paz y Bien
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