Para el día de hoy (11/03/12):
Evangelio según San Juan 2, 13-25
(Hay dos claves determinantes en la Palabra para el día de hoy, y son tiempo y lugar.
Tiempo, porque el Evangelista nos relata que se acerca la Pascua, celebración de la liberación, memoria viva del paso de Dios liberador por la historia de su pueblo.
Lugar, porque el acontecimiento se desarrolla en uno de los patios del Templo de Jerusalem, en ese sitio en donde acceden los considerados impuros, las mujeres, los extranjeros, los que son tenidos a menos. Allí estaban los corrales con los bueyes y las jaulas con las aves sacrificiales -las que obviamente debían ser adquiridas allí-. Y también las mesas de los cambistas de dinero: el Templo es el centro único de peregrinación al que acudían no sólo judíos de Jerusalem sino de toda la Diáspora, y las monedas del tributo para sostener el culto y la casta sacerdotal no podían contener ninguna imagen pagana, de dioses romanos o griegos como era costumbre.
Menudo negocio: la organización religiosa del momento no permitía traer animales para el sacrificio cultual desde fuera, debían comprarse allí mismo. Y las monedas del tributo se acuñaban allí mismo, lo que necesariamente daba pié a abusos varios, algo así como un mensaje de nosotros lo hacemos, nosotros lo imponemos, nosotros lo vendemos, negocio retroalimentado por los miles de visitantes que se agolpaban especialmente en las fiestas nacionales.
Jesús, en un gesto deliberado y premeditado, espanta a los animales con un látigo que se arma uniendo cuerda a cuerda, y vuelca con precisión las mesas de los cambistas. No es el arrebato furioso producto de una ira que no se contiene: es toda una declaración decisiva de principios, es el ardor por esa vida regalada bondadosamente por su Padre lo que lo enciende, y el escándalo se desata, porque el desorden inhumano reacciona necesariamente con furia, y no ahorrará violencias a la hora del castigo. Por ello mismo, rabiosos, los levitas -policías del Templo- le preguntan a qué tanto descaro, quién se cree que es ese campesino galileo peligrosamente alborotador.
Un pequeño alto, pues la escena también estremece. En una de las esquinas del Templo se enclavaba la fortaleza romana, guarnición presta a reprimir cualquier conmoción. Por otra parte, no podemos dejar de imaginar a la multitud de peregrinos mudos de asombro y pavura: es un solo hombre contra todo el poder, que se atreve a una acción impensada.
Pero Jesús no es un actor consumado ni un político que desespera por ser el centro de la atención, mendigo de minutos en los medios. Está encendido por el fuego del Espíritu por su misión, desde sus entrañas sagradas, y parece redoblar la apuesta frente a las exigencias de los levitas: preanunciando la aniquilación del Templo años más tarde, sustituye las piedras enormes por su propio cuerpo, templo verdaderamente sagrado sin patios ni exclusiones, corazón inmenso en donde no hay que realizar pagos previos ni poseer determinadas pertenencias identificatorias.
Más aún: el templo auténtico, centro y raíz de la Buena Noticia de su Padre será cada hombre y cada mujer, templo vivo y latiente del Dios de la Vida, del Dios que habita cada corazón.
El escándalo mayor será entonces pretender comercializar la Gracia maravillosa e increíble que se derrama generosa e inclaudicablemente fiel sobre toda la humanidad, el quebranto se enraiza en sostener estructuras rígidamente jerarquizadas que sólo excluyen en pertenencia a los destinatarios de la liberación desatada en la Pascua de Abbá: todos.
La vergüenza decisiva debería suceder cuando se vulnera sacrílegamente la vida humana en cualesquiera de sus modalidades teñidas de rectitud y ortodoxia.
Con la inminencia de la Pasión a nuestras puertas, estos hechos nos dan impulso más allá de cualquier frontera. No se trata solamente de los derribos que nos quedan en esta familia grande que llamamos Iglesia, en donde quizás hemos olvidado la gratuidad magnífica e increíble del amor de Dios. Es también redescubrir lo sagrado que hay en cada vida, y humildemente -abandonando tal vez rictus revolucionarios, gestos restauradores- comprometernos de una vez, definitivamente, con la Buena Noticia de Jesús de Nazareth, sin límites religiosos ni fronteras ideológicas, culturales, sexistas o nacionales)
Paz y Bien
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