La Anunciación del Señor
Para el día de hoy (26/03/12):
Evangelio según San Lucas 1, 26-38
(La lectura de la Encarnación del Señor puede resultarnos complicada en estos tiempos cuaresmales, pues por defecto tendemos a mirar solamente los horrores de la Pasión, a revestirnos de ese rictus luctuoso y semifúnebre. La Anunciación del Señor a María se nos hace algo fuera de tiempo, contraria a esta rítmica adquirida durante cuarenta días de cuidadosa elaboración y reflexión.
Y si esto así sucede, bendito sea Dios que nos desinstala de todos los supuestos, nos altera las rutinas y jamás dejará de sorprendernos.
La Encarnación y la Pasión del Señor expresan el mismo, único e infinito amor de Dios con nosotros.
Es tiempo santo, momento sagrado.
Es una aldea ignota e insignificante en la historia del pueblo elegido, es un poblado nunca nombrado en las Escrituras, quizás porque la Salvación acontece en donde menos la esperamos, en sitios insospechados o, mejor aún, sospechosos de que nunca nada bueno suceda.
Es una muchachita judía, una jovencita campesina que no cuenta para casi nadie, excepto para los ojos de Dios, y que sin embargo cambiará la historia de la humanidad en clave de esperanza y liberación.
Hace cosas raras este Dios nuestro. Se comporta como un enamorado, anda pidiendo permiso, saluda con gentileza, no impone ni atropella. Su fuerza de vida, que llamamos Espíritu, es toda delicadeza que nada vulnera, que crea, que invariablemente genera vida, que nunca vulnera sino que plenifica.
Es una muchacha la que decide en nombre de todos nosotros. La creación contiene la respiración, pues Dios salvará si ella dice que sí.
Es la conjunción -cónyugues!- eterna de Dios y y los pueblos, ofrenda perpetua para toda mujer y todo hombre a través de toda la historia.
Con María y como María, hoy volvemos a decidir si cambiamos el rumbo de este mundo que está tan lejos de ser santo, si nos vamos a permitir que se nos salude desde la alegría y la fidelidad.
Es Dios que se hace vecino, amigo, hermano, un hijo a nuestras puertas.
Asume nuestra frágil y quebradiza condición humana para hacerla plena, para vestirla de eternidad en una confianza inusitada. Es un Dios a pura esperanza, que cree y confía totalmente en nosotros, con una fé diametralmente opuesta a la escasa confianza que solemos depositar en Él y en su proyecto para toda la humanidad.)
Paz y Bien
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