Para el día de hoy (30/03/12):
Evangelio según San Juan 10, 31-42
(Ellos juntaban piedras para ajusticiarlo allí mismo; todo había desembocado en una fractura y no había vuelta atrás.
Lo acusaban de blasfemo, el peor de los delitos para su religiosidad exclusivista. No podían soportar que ese galileo humilde, de palabras sencillas y profundas con tonada nazarena -casi un campesino- les revelara en sí mismo el rostro verdadero del Dios del Universo. Los incendia de rabia que brote de Él esa autoridad incuestionable, palabra de justicia, palabra de eternidad.
Por ello poco les importará si ese hombre ha pasado haciendo el bien; en cada gesto suyo de bondad, en cada acto de misericordia, de compasión y sanación indefectiblemente los pone en evidencia, y en veredas opuestas.
Así ha sucedido y así sucederá con todos aquellos que translucen en toda su existencia su filiación, esos mismos que no esconden jamás que actúan y viven así por ser hijas e hijos de Dios.
No hay que equivocarse: sin lugar a dudas, las palabras que el Maestro dirige a aquellos que quieren suprimirlo, eliminarlo, silenciarlo están cargadas de una enorme tristeza, mucho más allá de cualquier enojo. Los violentos e intolerantes rechazan la Salvación que también se les ofrece incondicionalmente a ellos.
En esa tristeza, nos relata el Evangelista que Jesús regresa al otro lado del Jordán, allí en donde Juan bautizaba, allí en donde se revela su misión y se descubre su identidad. Regresa a ese sitio que a la vez es comienzo y fundamento, remanso en donde el Espíritu que lo unge lo hace resplandecer en su condición de Hijo amado.
Él jamás quebrantará ese amor, esa fidelidad, y por ello mismo acontecerá la Pasión.
En los golpes cotidianos, en las tristezas, incomprensiones y atropellos que solemos sufrir -y que a veces infringimos- nos urge regresar a nuestros Jordanes, a esos lugares profundos, sitios santos de nuestros corazones hacia donde nos retiramos para espejarnos en ese amor y en esa lealtad de un Dios que nunca nos abandona y que siempre espera con ansias nuestro regreso.
No hay mayor amor que dar la vida, y no hay mayor certeza que la de sabernos amados por ser hijas e hijos, hermanos de Jesús de Nazareth)
Paz y Bien
2 comentarios:
En los golpes cotidianos, en las tristezas, incomprensiones y atropellos que solemos sufrir -y que a veces infringimos- nos urge regresar a nuestros Jordanes, a esos lugares profundos, sitios santos de nuestros corazones. Tiene usted oda la razón gracias.
Gracias por tus palabras y tus ecos fraternos.
Un cordial saludo en Cristo y María
Paz y Bien
Ricardo
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