Para el día de hoy (01/03/12):
Evangelio según San Mateo 7, 7-12
(Frente a esta lectura, lo usual es que hablemos de la eficacia de la oración. No está mal, claro está, pero hay más, siempre hay más, y es menester para todos y cada uno de nosotros navegar mar adentro, ir más allá de la orilla de la evidencia.
Pedir, buscar y llamar es un universo que tiene por sol a Alguien.
Se pide siempre algo a Alguien, es una cuestión decididamente personal cuya intensidad varía de acuerdo a la insistencia de quien solicita y a la atención de quien escucha.
Jesús dá un paso más, y nos revela el rostro bondadoso de un Dios Padre y Madre que jamás deja de escuchar enteramente lo que le pedimos, un Dios que inevitablemente se deja encontrar en los andares cotidianos, un Dios sin horarios ni lugares que siempre atiende a nuestro llamado y nuestros ruegos, en cada lugar, a toda hora, en cualquier momento.
Aún cuando nos conmueva y promueva esta noticia increíble, quizás sea necesario replantearnos algunas cuestiones, derribar ciertos paradigmas enfermos. Porque el deslumbre inicial se refiere a un dios aspirina que calma los dolores de nuestras ansiedades variables, o bien de un dios proveedor de bienes y servicios a la medida de nuestras banales mezquindades, un dios que poco o nada tiene que ver con el Dios de Jesús de Nazareth.
Se trata de atreverse a ser hijas e hijos.
El primer paso, tal vez, sea el reconocimiento de nuestras limitaciones y debilidades, de que somos -sin excepción- vulnerables y quebradizos. Allí sí podremos descubrirnos pequeños, muy pequeños, pero a la vez cuidados y protegidos: en la ilógica magnífica del Reino, la grandeza discurre por descubrirnos mínimos, sólo crecientes y existentes en los brazos de un Padre que a nadie abandona.
Y desde allí, hijas e hijos atrevidos en la confianza y el milagro, actuar con los demás del mismo modo. La regla de oro será algo familiar, una cuestión y distingo de astillas del mismo palo, ramas del mismo árbol de la vida, hijas e hijos de un mismo Padre)
Paz y Bien
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