María, no tenemos vino

María, Madre y Medianera de la Gracia

Para el día de hoy (07/11/09):

Evangelio según San Juan 2, 1-11

(Nada sucede por pura coincidencia, nada sucede por casualidad.
Menos aún en la redacción de los Evangelios.

San Juan Evangelista nos trae la Buena Noticia para el día de hoy.
Es un pasaje cargado de un misterio profundo, de numerosos símbolos y de singular belleza.

Si leemos comenzando por el final, notamos que el Evangelista señala que el milagro realizado en esa fiesta de bodas "...fué el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así se manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él..."
Juan tiene la explícita intención de dejar sentado que se inauguraba lo nuevo, que el Reino estaba entre nosotros, que comenzaba la vida, que el Mesías estaba entre nosotros...Y no se queda en abstracciones, es claro y concreto, sucedió en un lugar determinado, en una situación específica y fué el primer signo -señal- de muchos.

Ahora bien, al comienzo sucede algo muy pero muy misterioso y, a la vez, extraño.
Resulta que el Señor realiza su primer signo, el primero de los muchos milagros del Reino...y la figura principal del relato es su Madre!
Observemos desde nuestro silencio: nos narra que se celebraban unas bodas en Caná de Galilea -veamos que ex profeso no menciona los nombres de los contrayentes- y, a continuación señala: "...y la madre de Jesús estaba allí...". Y, es claro, luego agrega "...Jesús también fue invitado con sus discípulos...".

Nada sucede por casualidad.

Pudiendo fácilmente haber invertido el orden de aparición, sería más lógico decir que por allí andaba el Maestro con los Doce, y que también su madre había sido invitada.
Sin embargo, la pone por delante y, no conforme con ello, nos dice que Ella advierte que en la fiesta se ha acabado el vino, y que María, al advertirlo, no se dirije al mayordomo ni al principal del lugar.
Se dirije a su Hijo, y le avisa: -No tienen vino-.

Hay una aparente reprimenda de Jesús a su Madre.
Y corresponde decir aparente, pues el vino verdadero sería su sangre en su Pasión, signo cierto de quedarse para siempre aún yéndose.

No debe haber en ningún idioma humano palabras suficientes para describir las miradas de ambos, los ojos de María confiados en los de su Hijo, y los del Hijo diciéndole con ternura a su Madre -¿Qué tenemos que ver nosotros?-

Nosotros: Jesús no dice ¿qué tengo que ver yo?, nada de eso, aúna a su Madre.

Así y todo, es su Madre y como todo buen hijo, nada le niega a su madre.

Más misterio: su Madre, en vez de quedarse satisfecha o bien de avisar que se solucionaría el inconveniente, le dice a los servidores: -Hagan todo lo que él les diga-, tal es su confianza en ese Hijo.

Y ocurre el milagro: seis tinajas usadas para purificarse, y llenas de agua, se transforman en el vino bueno que renovará la alegría de la fiesta, y es un vino que no se termina.

María, nosotros andamos faltos de vino.
A muchos nos falta el vino de la alegría y el vino de la esperanza.
A muchos nos falta el vino de la vida, tan ahogados en la supervivencia que estamos.
A muchos nos falta el vino que renueva el alma, tan agobiados por el dolor y la miseria.
Por eso, avisale a tu Hijo que estos hijos tuyos no tienen vino; a vos nada te niega...
Y que Él, sólo Él, tiene la Palabra que puede transformar el tanta agua de llanto que llevamos en estas vasijas de barro que somos, y transformarlo en vino de alegría, vino que vivifica, vino para la gran fiesta del Reino en donde no ha de faltar nadie.
Vos ya estás allí esperándonos)

Paz y Bien



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