Para el día de hoy (28/11/09):
Evangelio según San Lucas 21, 34-36
(Son malos días, y la espera es larga.
A veces, parece que la espera acorta la esperanza.
Hay muchos para los que la vida es un calvario perpetuo ya desde el vientre materno, tanta es la injusticia instaurada, tanto el dolor implacable aceptado como normal y corriente, tantas las miradas que intencionadamente tuercen a paisajes más agradables que el que muestra al hermano sumido en la miseria.
Hay otros que por la rutina diaria, las preocupaciones por la supervivencia y el enfocarse en lo que perece, se embotan y embriagan de imágenes falsas, envenenados con las toxinas que alegremente propalan los medios de comunicación.
Aún así, inmersos en el dolor y la miseria o agobiados de excesos de rutina y torpes continuidades de cosas perecederas, Jesús viene a recordarnos que Él está, estuvo y estará.
Y más todavía: regresará.
Por eso, aunque por diversas circunstancias nos hayamos vuelto incapaces de verlo, el universo y la historia se encaminan hacia Él.
Frente a ello, qué hacer?
La respuesta del Maestro debe resonar constantemente en nosotros: estar despiertos a toda somnolencia de injusticia habitual que se opone al Reino.
Y ese estado de vigilia sólo se sostiene con la oración constante, pertinaz, cotidiana, incansable.
Se nos ha dado un poder inimaginable, y pretendemos menoscabarlo cuando lo dejamos de lado.
La oración nos sostiene sin desmayo para la vida en el Espíritu del Resucitado, que es comunión con Dios y con los hermanos, especialmente con los más pobres y excluídos, bien despiertos y atentos a las cosas del Reino y a su regreso, haciéndolo presente con la solidaridad, la entrega, el sacrificio, el testimonio: el amor)
Paz y Bien
¡Él es mi Rey!
Hace 1 hora.
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